“Los hombres pasan, las instituciones permanecen”, reza la frase, pero ¿qué pasa con los hombres cuando son las instituciones las que desaparecen?
La misión de las instituciones es resolver problemas y necesidades de la sociedad. Su nacimiento es la máxima expresión del Estado en su rol de gobierno. Cuando tienen sólidos cimientos trascienden en el tiempo; ven pasar generaciones, crisis, guerras, catástrofes.
La salud de los países es la de sus instituciones. Las más sólidas suelen fortalecerse en las crisis. Nunca, ni en los peores escenarios, se dinamitan instituciones que representen una respuesta a grandes problemas. Atentar contra ellas es hacerlo contra el futuro de la nación a la que sirven. Así, es fácil reconocer en los países más desarrollados, las instituciones que les han permitido alcanzar ese estadio superior.
Salud, educación y defensa de la soberanía han sido bandera de instituciones centenarias. Los ejércitos, entidades académicas y sistemas de salud acaparan el lugar de privilegio. Le siguen en muchas latitudes las de seguridad pública, concretamente las corporaciones policiales. México no es de esos países, y es una de las causas que explican nuestro violento presente.
La Policía y el policía debieran ser binomio indisoluble. Una persona que ha decidido usar una segunda piel, el uniforme, debiera poder hacerlo por el resto de su vida y crecer profesional y personalmente en las filas de la institución a la que decidió servir.
Asimilar misión y doctrina es ocasión única e irrepetible; es un encuentro con las propias convicciones. “Proteger y servir” es una elección de vida y no admite renuncia. La función policial no puede ser una moda pasajera. No lo deben ser sus instituciones.
La destrucción de una institución debe hacerse con todos los elementos que la justifiquen: información, diagnóstico, premisas, priorización, definición de alternativas, evaluación, impacto de largo plazo, retroalimentación y estudio de mejores prácticas. Nunca por filias y fobias de carácter personal o político partidistas.
La decisión presidencial de proteger la vida de la Guardia Nacional, al ponerla a resguardo de una institución tan sólida como el Ejército, es parcialmente correcta, pues, por un lado, en efecto es un blindaje para su permanencia, pero por otro, deja ver la incertidumbre de su continuidad y ello genera dudas sobre su propio proceso de construcción.
Dejar a la deriva el proyecto de vida de quienes han dedicado décadas a la seguridad pública, hombres y mujeres que decidieron vestir una segunda piel, es atentar contra principios básicos de salud institucional: continuidad y desarrollo. Lo hicieron al dinamitar la Policía Federal. Lo reiteran al desdeñar su anhelo de pertenecer a la Guardia Nacional y ser enviados al Servicio de Protección Federal, en donde sus capacidades y experiencia sobran.
Destruir instituciones y sueños no parece buena estrategia. Tres años por delante pueden servir para rectificar. Por el bien de las instituciones y el futuro de la seguridad de México, que así sea.
POR MANELICH CASTILLA
COLABORADOR
@MANELICHCC
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