COLUMNA INVITADA

Julio Galindo

En ocasiones, el vínculo más sólido se logra entre dos personas que nada saben uno del otro, eso me pasó

OPINIÓN

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Manelich Castilla Craviotto / Colaborador / Opinión El Heraldo de México

Existen amistades que se construyen inesperadamente. En ocasiones, el vínculo más sólido se logra entre dos personas que nada saben uno del otro, pero al conocerse pareciera que han estado desde siempre. Es lo que me pasó con Julio César Galindo Pérez. En 2009 comenzaba mi gestión como Coordinador Estatal de la PF en SLP.

Un cercano colaborador y amigo, Héctor González Valdepeña, me instía: “hay alguien que debes conocer”. En la subcultura policial se sospecha de las relaciones trianguladas, pero siendo alguien de suma confianza, accedí. Así tuve la primera de muchas mesas con Julio Galindo. Era un destacado empresario de valores y principios. Desde aquella comida, entendí la devoción a su padre, el amor a la familia y su tierra. Hablaba emocionado de su primera agencia en Ciudad Valles y cómo se convirtieron en uno de los mayores vendedores de autos en México.

Empero, rara vez utilizó un coche nuevo. “Costumbre heredada”, decía. Yo lo veía como un rasgo de su sencillez. Deseaba apoyar a la seguridad pública desde la IP. Estaba reciente una dura experiencia. Uno de sus socios fue secuestrado y debió participar en la negociación. Sin embargo, nunca mostró temor, sí preocupación y disposición a sumar, a grados que cuando la PF detuvo a los secuestradores, no dudó en ser denunciante y testigo, ignorando a quienes le pedían no hacerlo.

Una mañana me llamó para decirme que un comando armado estaba en su lote apoderándose de los vehículos. Fue imposible evitar el robo, pero comenzamos una persecución en las carreteras a Guadalajara y Zacatecas que derivó en un enfrentamiento. Nunca olvidaré que antes de preguntar por sus autos, lo hizo por la salud de los policías que habían participado. Ese era él. Lo que nos unió para siempre es un milagro. Su voz en el teléfono transmitía angustia, pero nunca perdía las formas. Preguntó si podía interrumpirme, pues era la hora de la comida.

“Se cayó el avión, no sé dónde estamos ¡ayúdanos! vengo con mi familia”. No podía creerlo. Lo guié para enviar su ubicación desde el Blackberry. Al punto acudimos instancias estatales y federales. El avión estaba destrozado en una huizachera cercana al aeropuerto. Los trasladamos al hospital por aire. Todos salvaron la vida y, tras meses de rehabilitación, se recuperaron plenamente.

Desde entonces, no hubo ocasión que visitara la CDMX o yo San Luis Potosí sin compartir largas sobremesas. Anécdotas de ventas, futuro del país y familia eran los temas favoritos. Reíamos hasta las lágrimas, como cuando me contó que internado en el hospital tras el accidente aéreo, logró vender 4 carros entre enfermeras y médicos.

Era su pasión. Fue asesinado el pasado lunes, frente a su hija. Uno o varios imbéciles decidieron acabar con su vida dejando un enorme vacío en su familia, amigos y su amado San Luis. Serán las autoridades las que determinen las causas. Deseamos la pronta detención y procesamiento de los culpables. Descanse en paz.

POR MANELICH CASTILLA CRAVIOTO
COLABORADOR
@MANELICHCC

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