MALOS MODOS

La vocera

La vocera, incluida en la oferta del festival Ambulante y que podría llamarse Marichuy en campaña sino fuera porque, además de feísimo, el título se quedaría corto

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

¿Recuerdan cuando, hace unos cuatro años, María de Jesús Patricio, Marichuy, se lanzó al camino para buscar la candidatura a la presidencia, como vocera del Congreso Nacional Indígena? La iniciativa capturó nuestras atenciones, pero menos de lo esperado. No era una tarea fácil. Contra Marichuy jugaban factores inherentes a su movimiento, como esa retórica anticapitalista que ni puede ni debe sostenerse (hay una diferencia sustancial, pero a menudo olvidada, entre confrontar las iniquidades de ciertos capitalistas y descartar al capitalismo sin más), pero sobre todo jugaban factores externos, inevitables, como la realidad económica de su campaña, financiada con toda la dignidad posible por las personas que la eligieron (hacer campaña es, sin excepciones, carísimo), y desde luego como la presencia todoabarcante de esa voz que calló a todas las demás. Me refiero, por supuesto, a la voz de AMLO.

Justamente en ese momento, el de la campaña de Marichuy, es en el que aterriza la nueva película de Luciana Kaplan, La vocera, incluida en la oferta del festival Ambulante y que podría llamarse Marichuy en campaña sino fuera porque, además de feísimo, el título se quedaría corto. Luciana acompaña a la precandidata en su recorrido por México y, básicamente, la deja, sí, hablar, pero también administrar sus silencios y acompañarlos con esas sonrisas delicadas, irónicas a ratos, tremendamente expresivas. O sea, la deja comunicarse, lo que significa: mostrarse ante el espectador con toda su complejidad, y a través de ella a una pluralidad de personas y culturas, las de las comunidades indígenas, con reclamos que para nada son homogéneos, por mucho que hay causas comunes.  

El alzamiento zapatista del 94 trajo una plaga: la idealización clasemediera de los llamados pueblos originarios, una idealización irritante, teñida de condescendencia, propia, digamos, de los turistas revolucionarios llegados de Italia o el País Vasco, seguros de que se les había revelado una forma de la utopía, una verdad profunda. Ese idealismo mamón no está, ni de lejos, en La vocera, que en cambio apuesta, como hacen las películas inteligentes, por la comprensión. ¿Cómo? Mediante la estrategia de observar y escuchar. Luciana acerca las cámaras a la protagonista y a la gente que se le acerca en el camino con discreción, sin ruido, con elegancia, y al hacerlo nos arroja una versión compleja de movimiento encabezado por Marichuy, un movimiento cuyas reivindicaciones (que hoy, a propósito, se traducen en una oposición nada desdeñable al obradorismo) no merecen el aplauso acrítico, sino algo mucho mejor: ser atendidas y discutidas.

En otras palabras, la película de Luciana nos explica, sin hacerlo, que hace cuatro años debimos prestar más atención. Escuchar a los otros. No es un mal motivo para hacer cine.

POR JULIO PATÁN
JULIOPATAN0909@GMAIL.COM 
@JULIOPATAN09

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