COLUMNA INVITADA

El presidente no aprendió nada

¿Si el presidente promoviera el uso del cubrebocas, más personas lo harían?

OPINIÓN

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Créditos: Especial

“¡No! ¡No!” Tajante, con gesto de molestia, así respondió hace dos días López Obrador a la pregunta que le hizo un reportero sobre si finalmente se decidiría a usar el cubrebocas. Desde el inicio se ha negado a hacerlo; peor aún, ha rechazado llamar a que la población lo haga. Haber padecido en carne propia el contagio, la enfermedad y dos semanas de recuperación, no lograron cambiar su opinión. Al contrario, la experiencia lo hizo más terco.

El debate sobre si el presidente debería o no promover el uso del cubrebocas no es científico: desde un punto de vista médico, está demostrada su eficacia para prevenir contagios, y con ello muertes. Sólo algunos irresponsables, como el subsecretario de Salud, López-Gatell, insisten en ir contra el consenso científico internacional.

El debate se ubica entonces en otros terrenos: los de la comunicación y la política. ¿Si el presidente promoviera el uso del cubrebocas, más personas lo harían?, parece ser la pregunta de fondo. Otra pregunta pertinente es: ¿Qué le cuesta, en todo caso? ¿Por qué ese acto tan aparentemente sencillo le resulta a la vez tan inaceptable?

A la primera interrogante, es posible afirmar que sí: lo que hacen y dicen las autoridades pesa en la opinión pública, por la legitimidad institucional y la exposición mediática que poseen. Esto es más importante cuando se trata del presidente en un país con una fuerte tradición presidencialista, como México, donde el jefe del Ejecutivo señala pautas de comportamiento. Y todo esto es aún más cierto tratándose de López Obrador, cuyas actitudes marcan agenda.

Es cierto que, comparativamente, en México un buen porcentaje de la población usa la mascarilla; pero también sigue siendo cierto que millones de personas no lo hacen, y podrían encontrar en el presidente un ejemplo virtuoso. Por eso su actitud es tan frustrante: ¿por qué no pone toda esa influencia que tiene al servicio de una causa benéfica?

Esto nos lleva a la segunda pregunta: ¿Qué le cuesta al presidente ponerse un cubrebocas y dar un buen ejemplo a sus gobernados? La única explicación parece ser política: quizá considere que al hacerlo terminaría dándole la razón a sus críticos, y por eso no lo hace, aunque con la fuerza de su ejemplo potencialmente se podrían salvar vidas. Este escenario escapa a la razón y a la ética: se trata de una posición de soberbia pura, que pone el ego del mandatario por encima del bienestar de la población.

Lo más contradictorio es que AMLO parece estar muy consciente de la fuerza del ejemplo presidencial; como cuando dice que es precisamente mediante su ejemplo personal que se combate la corrupción –su famosa analogía de que “las escaleras se barren de arriba para abajo”. Aún sabiendo el daño que hace, ha podido más su intransigencia.

No hay que ser ingenuos: el presidente no cambiará de opinión. Por ello, gentil lectora o lector, hágale caso a los especialistas: use mascarilla, protéjase a usted mismo, a sus seres queridos y a su comunidad. Aunque el presidente no haya aprendido nada, usted sí use cubrebocas.

 

POR GUILLERMO LERDO DE TEJADA SERVITJE
DIPUTADO CIUDADANO EN EL CONGRESO DE LA CIUDAD DE MÉXICO
@GUILLERMOLERDO

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