COLUMNA INVITADA

Primeros síntomas, identifícalos a tiempo y sálvate

Se infundió temor sobre la intubación asegurando que era la antesala de la muerte. Hubo casos de pacientes que incluso se fugaron de hospitales por temor a morir

OPINIÓN

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Rosa María Ayala Nájera/ Colaboradora/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

¿Cuál es la realidad de quien ha padecido la enfermedad del COVID-19 y salió de ella, con éxito?. Aquí se los cuento: soy una sobreviviente y quiero contarlo porque tal vez ayude a alguien a reconocer un síntoma y atenderse en los primeros días de iniciado el contagio para no sufrir complicaciones graves.

Yo vi a dos miembros de mi familia con una tos leve (uno), y con dolor de cabeza y espalda el (otro); uno de ellos se fue a hacer estudios y me sugirió hacérmelos (todavía yo estaba asintomática). La chica del laboratorio estaba extrañada porque en cuanto sacaba la sangre y entraba en la probeta, se coagulaba. Y me preguntó si siempre era así.  Le dije que no, pero volvía a llenar otra y se volvía a coagular como “hule”. Comenzó a hacer esfuerzos para que no le pasara  pidiéndole apoyo a una compañera que agitaba la muestra de inmediato. ¡Por fin! Lograron las muestras, pero  al otro día me llamaron para decirme que dos de ellas no sirvieron y que necesitaban otra muestra. Fui, y lo lograron.

Yo no sabía que la coagulación de la sangre ya era un síntoma.

Quien tenía dolor de cabeza y de espalda de mis familiares inició con fiebre y contactó de forma virtual a un neumólogo que le dio tratamiento y, aunque yo no aparentaba mayor problema, me inició también con medicamentos. Por esos días, mi familia mandó sanitizar mi vivienda y vino una compañía, que roció toda las habitaciones excepto el espacio que usamos de gimnasio (donde hay una caminadora, bicicleta fija y elíptica). Terminaron y cuando entré a casa y comencé a sentir falta de aire y mucha tos (reacción alérgica al químico usado); hablé al médico alergólogo porque presenté baja saturación de oxígeno y tuvieron que inyectarme dexametasona para que parara el proceso inflamatorio. Me calmé, pero al otro día me inyectaron nuevamente. Quiero mencionarles que dormí en la caminadora por ser el único lugar que no tenía residuos químicos.

Ya no me compuse.

Hace siete años presenté un problema pulmonar congénito y me atendió  un médico del Centro Médico ABC. Le llamé y textualmente me dijo: "necesita venirse, pero estamos llenos y tenemos lista de espera; la voy a anotar y en cuanto haya lugar se viene de inmediato al hospital”.

A los dos días me llamaron y me trasladé en ambulancia porque ya no podía estar sin oxígeno. Desde el día de los exámenes de laboratorio a mi traslado a la CDMX  pasaron siete días. Ingresé por urgencias el 14 de diciembre con una crisis hipertensiva y baja saturación por neumonía.

ESFUERZO. Rosa María es de Poza Rica, Veracruz,
tiene 68 años y es profesora normalista. Foto: Especial

Después... mi cerebro me borró toda memoria, lo único que me cuentan fue que me pedían autorización para intubarme y yo me negaba. Le hablaron a mi hija para explicarle los beneficios de hacerlo cuanto antes pues yo me estaba fatigando por el esfuerzo que hacía para respirar, y ellos querían aprovechar mi fortaleza. Mi hija, con una pesada loza sobre su espalda, autorizó y se enfrentó a la familia que en nuestra ignorancia también se negaba. Me intubaron sedada y me quitaron el tubo el día 25 de diciembre como regalo de navidad. De esos días solo recuerdo que, como un tronco, me daban vuelta en la cama, en ocasiones boca abajo, de lado izquierdo, derecho, boca arriba. Yo sentía los movimientos pero no era capaz de resistirme. Cuando estuve consciente me preguntaron si sabía dónde estaba y dije que no. Porque yo me vi llegando a casa con mi familia, pero  la recámara era ahora, igualita al cuarto del hospital y eso no lo comprendía. Habían pasado 12 días y ahora continuaría mi tratamiento en medicina interna, en el mismo hospital. ¡Ya no estaba intubada y ahora estaba consciente!. Sin embargo, mi cuerpo resintió la inmovilidad y sólo movía los ojos y párpados. No podía hablar.

Trataba de mover los dedos de la mano derecha hasta que lo logré. Tardé dos días en cerrar el puño. Las enfermeras me llevaron el celular y no pude levantarlo, era de plomo.

El día 29 llegaron los héroes, los terapeutas de rehabilitación física, pulmonar e inhaloterapia. Ese día me hicieron favor de enlazarme en una videollamada con mi familia, de sólo verlos se me escurrieron las lágrimas; aún no podía hablar.

Las terapias comenzaron a dar frutos. El 31 de diciembre pude sostener mi celular y marcar algunas letras. El WhatsApp fue mi aliado. El 4 de enero pude pararme con el apoyo de una andadera y al día siguiente di mis primeros pasos, cuatro de ida y cuatro de venida . Terminé muy agitada, como si hubiese corrido kilómetros.

Me visitó la médico especialista que me informó que desde que estaba en terapia intensiva cuidaron mi piel, porque también la afecta esta enfermedad, se reseca y salen erupciones, además de que se cae la primera capa de piel. Me revisó y me pidió que abriera la boca; encontró que la lengua y el paladar tenían aftas; me explicó que era otra de las secuelas del COVID.

Tenía tratamiento para la piel, estómago e intestinos y boca; supervisaban mis órganos: hígado, páncreas y riñones.

A diario me inyectaban insulina, cabe aclarar que no soy diabética, pero me explicaron que por el efecto de algunos medicamentos se disparaban los niveles de azúcar en sangre.

El 4 de enero me comunicaron que cambiaba de área de hospitalización, porque ya había salido negativa la prueba de COVID y ahora iba a estar en una área donde mi familia podía estar (una sola persona) conmigo.

Me llevaron a otro edificio.  Con una serie de protocolos de seguridad y ¡Por fin! pude ver a mi hija, pero sin tocarla. Ella con cubrebocas porque ahora yo estaba muy vulnerable y no debían contagiarme de nada.

Me suspendieron por fin la insulina porque nunca subió mi glucosa. Tuve una crisis por cifras bajas de glucosa con  baja presión también, me estuvieron reanimando hasta que pude abrir los ojos (no los podía abrir por falta de energía). Retrocedí un poco en mi proceso de rehabilitación física, pero en dos días lo recuperé.

A partir del 4 de enero y hasta el 8, me programaron cuatro horas diarias de terapia física y ocupacional; la pulmonar seguía dos veces al día y la inhaloterapia igual.

¡Llegó el día! El 8 de enero me dieron de alta y ahora continúo mis terapias en casa para recuperar el movimiento al 100 por ciento.

Tuve la fortuna de ser atendida por dos excelentes médicos, el doctor Juvenal Franco Granillo (médico internista e intensivista) y la doctora Suria Elizabeth Loza Jalil  (infectóloga) quienes me devolvieron la salud.  Infinitamente agradecida con ellos. Muchas, muchas gracias. Un abrazo a la distancia.

Aún tengo sesiones de rehabilitación, estoy en proceso de recuperarme,  voy como en un 40 por ciento de avance. Dios me sigue ayudando y agradezco a mi jefa su comprensión en el trabajo. Gracias por haber llegado hasta el final del relato. Dios los bendiga a todos y cuídense mucho. La vida no retoña.

 

POR ROSA MARÍA AYALA NÁJERA
TWITTER: @ROSYAY

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