COLUMNA INVITADA

Acontecimiento Guadalupano

Su devoción se traduce en una diversidad inmensa de voces y culturas que, a través del arte, la piedad y la religiosidad, han erigido a la Guadalupana como símbolo de acogida, solidaridad, amor y unidad que tanta falta nos hace

OPINIÓN

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Paz Fernández Cueto / Colaboradora / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

En vísperas del 12 de diciembre no podemos menos que voltear al cerro del Tepeyac. Independientemente de religiones o creencias el acontecimiento guadalupano se impone, como cada año, e irrumpe en la vida de los mexicanos. Imposible ignorar a los peregrinos que, a pie, en bicicleta o en camiones adornados profusamente con imágenes, flores y luces de colores, invaden las carreteras que conducen a la Basílica para celebran a Virgen de Guadalupe.

El doctor Jorge Traslosheros explica maravillosamente el acontecimiento guadalupano como una tradición fundamentada en un hecho histórico sucedido en 1531, habiendo pasado por el tamiz del tiempo. La fiesta de la Virgen de Guadalupe ha logrado diferenciar lo sagrado de lo profano fusionando, al mismo tiempo, una celebración religiosa interpretada en clave cristiana como un milagro, con una realidad cultural fuertemente arraigada en el alma del pueblo mexicano.  De no ser por el complejo laicista dominante en la política mexicana, el 12 de diciembre debía ser reconocido como fiesta nacional, como sucede en otros países que siendo laicos, reconocen y celebran sus tradiciones culturales- religiosas.

Lo cierto es que el legado que nos dejó Juan Diego, un humilde seglar, arraigó con fuerza una vez transmitido el mensaje y revelada su imagen frente al obispo Zumárraga, como la Virgen lo pidió. Su culto se difundió espontáneamente, no por imposición oficial de la jerarquía, sino por la piedad del pueblo creyente pese la oposición de algunos clérigos que cuestionaban su autenticidad.

Fantasía y realidad, puentes entre la infancia y la madurez

La tradición es lo que una generación le dice a otra que la recibe y reinterpreta, la voz más determinante en la tradición guadalupana es la de los indígenas cultos educados en el colegio de Santa Cruz de Tlatelolco al que pertenecía Antonio Valeriano. Por primera Valeriano transcribe en lengua Náhuatl, en una obra titulada “Nican Mopohua”, la tradición oral recibida donde narran las cuatro apariciones de la Virgen manifestándose como la “Madre del verdadero Dios por quien se vive”. Es un diálogo encantador de gran profundidad teológica que intercala el candor de la narración de Juan Diego, con las palabras amorosas de la Madre de Dios.

En 1648, sucede algo importante cuando Miguel Sánchez, sacerdote encargado del cuidado de la Ermita, publica un estudio en el que, a través del análisis del Nican Mopohua y de la misma imagen, empata a la Virgen de Guadalupe con la Inmaculada Concepción. Ella es la mujer vestida de sol con la luna bajo sus pies, adornada de estrellas, la misma que menciona el Apocalipsis.

Durante el siglo XVIII la devoción Guadalupana se extiende por la Nueva España, pasando de ser local a virreinal. La explosión del barroco mexicano plasma maravillosamente su imagen, rodeada de las cuatro apariciones, en obras maestras de extraordinaria factura. El siglo XIX con la independencia convierte su imagen en emblema nacional, y al llegar Juárez con la separación Iglesia Estado, favorece aún más su expansión al no haber formado parte del culto oficial. María de Guadalupe fue el refugio durante las grandes persecuciones que sufrió el catolicismo en México durante la primera mitad el siglo XX, floreciendo su culto en libertad durante su segunda mitad, hasta construirse una nueva Basílica con aportaciones del pueblo que, en la actualidad, es el santuario más visitado en todo el mundo.

El acontecimiento Guadalupana ha traspasado las fronteras del país vecino invocada como refugio de migrantes, ha cruzado los mares hasta llegar al continente asiático y africano. Su devoción se traduce en una diversidad inmensa de voces y culturas que, a través del arte, la piedad y la religiosidad, han erigido a la Guadalupana como símbolo de acogida, solidaridad, amor y unidad que tanta falta nos hace.

POR PAZ FERNÁNDEZ CUETO
PAZ@FERNANDEZCUETO.COM

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