EL DON DE LA FE

Quiero, queda limpio

Todos queremos ver impurezas en los demás al igual que los demás quieren verlas en nosotros

OPINIÓN

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Por Roberto O'Farrill Corona / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

En aquellos tiempos en los que Jesús caminaba por nuestro mundo, las personas que padecían lepra eran dolorosos retratos de la existencia humana, eran hombres prohibidos, de risa olvidada, y de invisible esperanza.

Debido a su raudo contagio por contacto, la lepra acentuó entre el pueblo de Dios las ideas acerca de la impureza, ideas que luego se convirtieron en preceptos que llegaron a prohibir toda cercanía con los considerados impuros leprosos. Arrojados de su entorno, arrancados de los suyos, ellos quedaban confinados a vivir en las grutas afuera de las ciudades, en comunidades conformadas por otros como ellos, esperando la muerte.

Uno de aquellos días del Señor en la tierra, un pobre hombre, miserable leproso, se atrevió a acercarse a Jesús sabiendo que no podría exigir nada porque su condición no le permitía ya nada.

Llagado por fuera y muerto por dentro, aunque calculó el rechazo doloroso, arriesgando restos de su dignidad herida y habiendo escuchado que el joven nazareno curaba enfermos y expulsaba demonios, supo que él podría expulsar el mal de su cuerpo y volverlo grato a Dios.

 “Suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: Si quieres, puedes limpiarme” (Mc 1,40). Le salió al paso y le suplicó, y sus oídos escucharon el cumplimiento de su anhelo, y su cuerpo herido sintió una caricia: “Compadecido de él, extendió su mano, lo tocó y le dijo: -Quiero; queda limpio. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio” (Mc 1,41-42). En cuanto Jesús extendió su mano le hizo sentirse seguro y amado, y luego lo envolvió con sus brazos y lo atrajo hacia sí en un abrazo de amor perfecto, infinito, divino.

Lepras de nuestro tiempo son las adicciones, rencores, envidias, odios, todo aquello que conforma la miseria humana.
Lograr reconocer las propias lepras, como aquello que nos aparta de Dios y nos aleja de los demás, nos obliga a suplicar al Señor que nos limpie de todo ello, pues en la súplica va la certeza de que Él así lo hará.

Luego de reconocer las propias, habrá que identificar las lepras que les hemos colocado a los demás a manera de etiquetas, y que han venido a ser todo aquello que nos predispone en contra de los otros y que no son más que un lamentable pretexto para mantenerlos alejados de nuestras vidas.

Tal parece que hoy en día todos queremos ver impurezas en los demás al igual que los demás quieren ver las impurezas en nosotros.

Así no se puede vivir como hijos de Dios, como hermanos, ni es posible alcanzar el ideal cristiano de amarse los unos a los otros tal como el Señor nos ha amado. Dejemos a Dios ser Dios para escucharle decir  “Quiero, queda limpio”.

POR ROBERTO O'FARRILL CORONA

MAAZ