COLUMNA INVITADA

De fiesta con la muerte

Las tradiciones no se inventan, se reciben como algo valioso cuidadosamente preservado a través de los años

OPINIÓN

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Paz Fernández Cueto/ Colaboradora/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Las tradiciones no se inventan, se reciben como algo valioso cuidadosamente preservado a través de los años. Son vivencias que, habiendo pasado la prueba del tiempo, representan la herencia ancestral de un pueblo arraigado a su tierra, a sus usanzas, costumbres y creencias, muchas de ellas con un trasfondo inmenso de verdad.

Lo cierto es que ningún pueblo se divierte tanto con la con la muerte como el nuestro. Juega con ella, la adorna de flores, la viste de Catrina engalanándola con sombreros y plumajes, transforma sus huesos en un rico pan de azar, y acaba comiéndose una calaverita de azúcar que lleva su nombre. Quizá, en el fondo, es para que no nos tomemos tan en serio ante a lo efímero de la vida y la realidad de una muerte que nos acecha a vuelta de la esquina.

La festividad del día de muertos es un elemento básico de nuestra cultura. Y digo festividad porque, en ese día, no únicamente se conmemora a los difuntos, se les organiza una fiesta, se reaviva su recuerdo colocando su fotografía en torno a un altar adornado de cempaxúchitl, dispuesto de comida por si al difunto le dan ganas de comer. Es una manera simbólica de materializar, con la comida preferida del difunto, la presencia del ser querido que ya no está.

Es el retorno transitorio de los muertos al mundo de los vivos, al hogar familiar, algo que disimule el hueco de su ausencia y alivie el dolor de la añoranza. Con inmenso afecto, ese día, nos unimos y pedimos por los que caminaron junto a nosotros en la tierra y ya se han ido, padres, hermanos, esposo, parientes, amigos y colegas. También por los antepasados que, sin haberlos conocido, posibilitaron nuestra existencia temporal.

En la celebración tradicional del día de muertos, la muerte no representa una ausencia sino una presencia viva, es el símbolo de una vida que trasciende, de una vida inmaterial que no se acaba porque continúa de otra manera, en otro lugar. Creencias arraigadas en la visión cosmológica del mundo prehispánico de profundo significado filosófico y teológico.

No es casualidad que, a la llegada de los españoles, sus costumbres tuvieran cabida en el cristianismo al compaginar con el significado cristiano de la muerte. En las misas que se ofrecen por los difuntos la liturgia nos recuerda que, “la vida se transforma, no se acaba, y terminada nuestra morada en la tierra, se nos prepara una mansión eterna en el cielo”.

La vida cristiana nos mantiene en contacto permanente con quienes han muerto, curiosamente, también, a través de un banquete, del banquete eucarístico en el que Cristo se nos da como alimento para saciar el alma. La comunión es el lugar del reencuentro de vivos y difuntos, de todos aquéllos que hemos sido injertados por el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo.

El día 1º de noviembre, víspera del día de muertos, se celebra la fiesta de todos los santos, de esa multitud inmensa de mujeres y hombres que conforman los santos de a pie que, sin haber destacado por algo extraordinario pasaron por la vida haciendo el bien, procurando hacer felices a los demás. No serán famosos, pero si santos. Sembraron mucho amor a su alrededor y eso es lo que importa.

POR PAZ FERNÁNDEZ CUETO
PAZ@FERNANDEZCUETO.COM

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