Los principales estudiosos de la caracterología de la sociedad mexicana (Octavio Ramos, Rodolfo Usigli y Octavio Paz) coinciden en una conducta que había sido propia: “Simular” definido por el diccionario de la RAE como “Representar algo, fingiendo o imitando lo que no es” (https://acortar.link/vZc3yi). Durante todo el siglo XX y casi 20 años del siglo XXI, la simulación se consolidó como máscara expresiva y de comportamiento de la comunidad. El discurso retórico pronunciado por las autoridades era elaborado por expertos para rendir tributo a la forma, a cambio de no decir nada claro.
La simulación también se veía en las formas de interacción entre los distintos estratos sociales. En suma: no se decía a las cosas por su nombre y el cambio de máscaras era de acuerdo con la ocasión. Era el tiempo de mimetizarse como Zelig, el protagonista de la cinta del mismo nombre de Woody Allen. El llamado oportunismo y el ser amigo de todos, aunque en la realidad no lo fuera de nadie, gozaba de cabal salud.
Una aportación del presidente Andrés Manuel López Obrador reside en darle cristiana sepultura a esa forma de interacción y decir las cosas por su nombre. Los actores políticos, sociales y económicos han debido mutar de las reglas de expresión que se veían marcadas con tinta indeleble a otras que han dado vida a un discurso de nuevo cuño.
La coincidencia entre el decir y el hacer era hasta hace muy poco una actitud generadora del repudio social a quien se salía del guión comunicacional establecido. Por supuesto, antes se habían registrado conductas disruptivas que, contra el sentido de la lógica y la razón, merecían inquietud entre sus pares por ir más allá de las reglas no escritas. Recuérdese, por ejemplo, al tabasqueño Gerardo Priego Tapia (@gerardopriegot), quien, en el 2009, como diputado federal por el PAN, regresó cada peso que le habían dado adicional a lo estrictamente necesario para sus labores legislativas. Expresó sus razonamientos éticos de semejante acto (https://acortar.link/vZc3yi). Siete años después, en el 2016, el actual vicecoordinador del PT en la Cámara de Diputados, Benjamín Robles Montoya (@BenjaminRoblesM) aceptó el reto como candidato a gobernar Oaxaca de someterse a un estandarizado examen de control de confianza, similar al que se someten los directivos de las multinacionales en México, y ¡lo aprobó! ( https://acortar.link/vZc3yi) Fueron excepciones loables. Hoy la polarización es uno de los efectos secundarios de ese discurso sin máscaras, parafraseando a Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad. La disrupción se ha ido convirtiendo en su antítesis. Surgirá una síntesis más pronto que tarde, donde se gestará una forma inédita de comunicar distante del pasado inmediato como del presente. Mucho se habrá logrado cuando ello suceda para democratizar la palabra.
POR ERNESTO VILLANUEVA
COLABORADOR
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