Si Rosario Robles se apellidara como el exdirector de Pemex no estaría donde está. Si la extitular de Sedatu y Sedesol se llamara Emilio Lozoya, jamás habría pisado un juzgado, mucho menos la cárcel. Si ella llevara el nombre de él, podría hacer vida social, disfrutar su impunidad a cambio de embarrar a quien le digan que hay que embarrar.
Entre ambos, hay un abismo. La comparación es inevitable. Robles tiene 26 meses tras las rejas. El 13 de agosto de 2019 llegó por su propio pie a una audiencia; ya nunca salió. La detuvieron y dejaron privada de la libertad en el reclusorio femenil de Santa Martha Acatitla. Lozoya, quien luego de estar prófugo de la justicia fue detenido y extraditado desde España, para finalmente nunca pisar la cárcel –ni siquiera un juzgado– en nuestro país, disfruta de la libertad y se da tiempo para salir a cenar a sus lugares favoritos.
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Para ella, todo el peso de la ley, y más, si es necesario. Para él, consideraciones y deferencias. Para la exsecretaria, cárcel, aunque no se justifique jurídicamente. Para el exdirector de Pemex, comodidades, aunque sean difíciles de justificar.
Robles lleva dos años en el penal femenil de Santa Martha Acatitla.
Lozoya llegó hace más de un año extraditado y no ha pisado un juzgado.
Ella está acusada de ejercicio indebido del servicio público por omisión. Delito no grave que no ameritaría prisión preventiva. Él fue detenido acusado de delincuencia organizada, cohecho y operaciones con recursos de procedencia ilícita. Delitos graves que ameritarían prisión preventiva.
La dos veces secretaria en el sexenio de Peña Nieto se presentó voluntariamente ante un juez el día en que fue citada. El exdirector de Pemex estuvo prófugo de la justicia y fue detenido en Málaga, España, luego de contar con ficha roja de Interpol.
A ella, un juez le reclasificó el delito y aceptó pruebas que no resisten la mínima revisión presentadas por el MP. A él le podrían ser retirados los cargos más graves y quizá libre la cárcel por su “cooperación”.
Ella ha pedido una y otra vez el cambio de la medida cautelar, mostrando que las pruebas presentadas fueron falseadas y, por tanto, no habría riesgo de fuga. Él parece fijarle a la FGR condiciones; más de un año después de su llegada, se deja ver y hace vida social.
Ella tiene un diagnóstico médico por hipertensión arterial y rinitis crónica; él fue hospitalizado por anemia cuando llegó al país, aunque las autoridades españolas dijeron que no presentaba ningún síntoma hasta antes de tomar el avión en el que llegó extraditado. “Enfermó” en el camino.
Para Robles no hay debido proceso ni presunción de inocencia; para Lozoya, sobran atenciones.
Ella es demonio. Él está en camino a la purificación. Otra sería la historia si en lugar de Robles, ella se apellidara Lozoya.
POR MANUEL LÓPEZ SAN MARTÍN
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