Tres años de gobierno y tres años para concluir el sexenio, en medio de una polarización extrema en el país.
Por un lado, las medidas legales y de facto establecidas por el presidente Andrés Manuel López Obrador y su administración han conseguido detener el proceso de liberalización de la economía, de fiscalización de la concentración del poder económico en pocas manos, y de una mayor presencia de la sociedad frente al Estado como rector de los destinos de la ciudadanía.
La idea central en el pensamiento de Andrés Manuel es que únicamente el Poder Ejecutivo, y en este caso específicamente él, es capaz de controlar todas las esferas sobre las cuales gira la vida pública del país.
Para acabar con los monopolios privados no la libre competencia, sino el control de los precios y servicios por parte de empresas estatales existentes o a crear de la noche a la mañana.
De igual forma el combate a la corrupción no se realiza a partir de una vigilancia institucional ciudadana, sino por la vía de la advertencia del máximo jefe sobre las consecuencias de realizar dicha acción.
No sólo se trata de ir en contra de la línea liberal globalizadora y en favor del nacionalismo proteccionista de antaño.
Estos primeros tres años, y los que faltan, reflejan el objetivo de un mandatario que únicamente confía en sí mismo y en su propia forma de cuidar y preservar lo que considera genuinamente mexicano, en detrimento de cualquier otra expresión política, económica o cultural ajena a su conocimiento o interés.
Lo más grave de esta situación es que el desmantelamiento de las bases, sobre las cuales se construyó el modelo
globalizado, y el intento fallido por sustituirlo por otro centralizado, cerrado y ajeno a las condiciones del mercado mundial, rompen con toda lógica que pudiera darle viabilidad a su alternativa.
Si el modelo anterior carecía de suficiente competencia, vigilancia anticorrupción, e imposibilidad de generar un crecimiento mayor a 2 por ciento, el propuesto por Morena y el Presidente, no sólo no resuelve estas carencias, sino que las agudiza.
Es cierto que la pandemia por el coronavirus golpeó al mundo en general, pero nuestro país fue uno de los más afectados no únicamente por la errada política de salud, sino por la inexistencia de una estrategia económica para enfrentar el temporal.
Tres años de un mayor empobrecimiento, y paradójicamente de aumento en la popularidad presidencial, tanto por el carisma del gobernante, como por el reparto de dádivas que sustituyeron a los programas sociales anteriores.
Faltan otros tres más, donde los escasos recursos están por terminarse y las dificultades sociales, agudizadas por una administración inexperta y sin rumbo claro, representan el peligro más grande para la estabilidad del país.
POR EZRA SHABOT
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MAAZ