Como es el mes del cáncer decidí escribir sobre Diana, quien es admirable. La veo elaborando y vendiendo velas y jabones, además de seguir de lleno con su trabajo formal, recibiendo excelentes evaluaciones. Trabaja sin quejarse, a pesar del terrible dolor que causa el cáncer de huesos. No hace alarde de que a veces, para concentrarse, tiene que dejar de pensar en la angustia de saberse con cáncer, de preguntarse si su medicamento ha perjudicado su corazón o no, y si podrá continuar o interrumpir el tratamiento. Su entereza llamó mi atención.
Durante nuestra conversación Diana me contó que tuvo fibroadenomas desde la adolescencia. En 2000, le extrajeron 14 de una mama y 15 de la otra incluyendo uno del tamaño de una manzana. En 2021 apareció uno nuevo. Debido a la pandemia el Fucam sólo estaba atendiendo emergencias. Asumiendo que su situación no era urgente, esperó. Como el adenoma creció mucho en poco tiempo, decidió hacerse estudios.
Diana me relata detalles, ambas sabemos que era señal de que algo estaba mal, por ejemplo, su ultrasonido tardó dos horas y que después la hicieron volver a la mastografía. El diagnóstico: cáncer de mama. A partir de ahí Diana se tuvo que mover para recibir en tiempos de pandemia el tratamiento que necesitaba, pues el cáncer ya se había extendido a los huesos. Consiguió entrar al siglo XXI, pero hay trámites que cumplir.
Tardan cuatro semanas en tener su medicamento listo. En lo que llegaba su primera dosis le hicieron un bloqueo hormonal. Aún así Diana me relata “una semana antes de la aplicación me empecé a caer, ya no me sostenía bien. Empezó el dolor, el de huesos es el peor. De un viernes a un sábado ya no podía caminar. Por fin llegó la primera aplicación, pero ya llegué en silla de ruedas. En cada aplicación he tenido avances. La doctora me dijo: vas muy bien la enfermedad se detuvo. Si, pero yo quiero mas, yo quiero que se quite.”
Diana me contó de la ayuda que ha recibido de su mamá y su hermana, “ellas son mi motor”. Me habló del apoyo que le han dado sus jefes, “lo primero que hicieron fue ir a verme, al principio me bajaron la carga de trabajo para que yo pudiera continuar”.
Emocionada me platicó de cómo la han acompañado sus amigas, “empezaron a hacer rifas para apoyarme y con eso pagué las consultas y estudios iniciales; en cuanto dije que no podía ya caminar, en cinco minutos consiguieron una silla de ruedas”. “Pensé que ya no me iba a pasar algo así, por que a los 16 años estuve en un accidente.
Tenía, entre otras cosas, cervicales fracturadas y un pedazo de disco incrustado en la médula. Me dijeron que no volvería a caminar. Después de dos años de rehabilitación volví a caminar, hasta que me valí por mi misma nuevamente”. ¿Ya te disté cuenta de algo? Diana no me habló en ningún momento de ella, de su fortaleza, ni de su entereza, ni de su resiliencia. No hizo alarde de que obviamente todo este apoyo es resultado de lo que ella ha sembrado.
Con su sencillez me muestra contundentemente su grandeza… Diana, al relatarme su historia con su voz tierna, con su actitud sencilla fue erigiéndose como la gran guerrera que es. Lo que es valioso no tiene que adornarse para brillar.
POR LAURA ELENA GERDINGH
PSICOTERAPEUTA/ SPEAKER
@LGERDING
MAAZ