El optimismo es peligroso. Lo sabía el muy inglés Roger Scruton, muerto de cáncer en enero del año pasado, justo antes de que la pandemia le pegara al Reino Unido y cuando su país había decidido ya abandonar la Unión Europea, a la que criticó como un ejemplo de burocracia hipertrófica. Filósofo, columnista en varios periódicos, profesor en Cambridge, Oxford y la Universidad de Londres, pertenecía a una tradición muy británica de la escritura, esa que privilegia la claridad y apuesta a la polémica, pero sobre todo al sentido común.
¿Qué le decía el sentido común a Scruton? Le decía que en la política es sano un pesimismo moderado, es decir, la conciencia de que la realidad es poderosa y rejega, y de que los grandes proyectos de transformación, esas aberraciones como el socialismo o el populismo, ajenos justamente a la realidad, son desastres guiados por un optimismo desmedido, el optimismo que te hace creer ciegamente en los poderes de la voluntad o del “bien”, lo que sea que eso signifique.
Por el contrario, el pesimismo razonable, otra forma de referirse a la duda, te lleva a un sano ejercicio de verificación de datos y hechos antes de tomar decisiones que serán necesariamente modestas, acotadas. Con Scruton como presidente, no hubieran existido Dos Bocas y el Tren Maya.
Scruton habla de política, pero ¿podemos usar sus criterios para nuestras realidades personales? Creo que sí, sobre todo ahora que estamos todavía en el periodo de “propósitos de Año Nuevo”, o sea, el breve espacio en que te mantienes firme en tus proyectos, antes de precipitarte de nuevo en los excesos de comida y las escaseces de ejercicio o dejar otra vez el proyecto de leer todo Dostoyevsky para abandonarte a los placeres del circuito Amazon Prime-HBO- Apple-Netflix.
En un texto reciente, otro filósofo, Alexander Batthyány, ante la petición de que dirigiera unas palabras “positivas” a sus lectores para 2021, dijo que prefería recuperar un término del psicoterapeuta Victor Frankl: “optimismo trágico”, una de las formas, justamente, del realismo, es decir, del pesimismo. Más que “pensamiento positivo”, dice Batthyány, lo que necesitamos es “pensamiento realista”. En otras palabras, en el contexto de una pandemia, moderar nuestras expectativas y no cargarnos de responsabilidades imposibles de cumplir, o sea de culpas.
Lo que les propone el doctor Patán, pues, es que apuesten a cambios modestos, graduales, porque la realidad, aunque las mañaneras sugieran otra cosa, pesa mucho, y la realidad es una pandemia espantosa y una crisis económica tantito peor. Sobre todo, recuerden que a nuestras “autoridades” se les está complicando vacunar a unos pocos miles de personas, así que imaginen lo que les significa inyectar a 90 millones de paisanos. Y es que ahí lo que se practica es el oportunismo trágico.
POR JULIO PATÁN
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