Nos gobierna un régimen adicto a la concentración del poder, encabezado por una clase política vieja, educada también en formas muy viejas, a la que le estorban los contrapesos, la transparencia y la autonomía. Añoran el México del antiguo presidencialismo, en el que la voluntad de un solo hombre dictaba, ocultaba y mentía a discreción, sin mecanismos para que los ciudadanos pidieran
cuentas. Se trata de una clase política que no está acostumbrada al debate, el escrutinio ni a la persuasión, sino al dogma, la intransigencia y la imposición.
Pero lo más grave es que cada día demuestran más su deseo de borrar de un plumazo la arquitectura de la democracia constitucional que tanto trabajo ha costado construir en México. Un deseo que, además de una profunda y absurda nostalgia, demuestra su patente incapacidad de gobernar un país plural y complejo como el que hoy somos, que ha diversificado sus formas institucionales durante las últimas décadas, para adaptarlas a un mundo global, dinámico y competitivo.
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Pero para el presidente y su camarilla es preferible no solo empobrecer, sino incluso desmantelar al Estado. Para el grupo lopezobradorista, en el afán de implantar su visión regresiva, sería más fácil reeditar el México unipartidista de los setenta; sería más cómodo decidir sin contrapesos, gobernar sin oposición y ejercer el poder libre de toda crítica, sin disidencia, contrastes ni cuestionamientos.
Prefieren el México del monólogo, de la falsa unanimidad y de las mayorías artificiales, que el México real, tangible, plural y heterogéneo, ese que encontró un cause de cambio histórico en la transición democrática, y que no podemos permitir que supriman a base de caprichos.
No resulta extraño que opten por imponer realidades alternas y datos surgidos al calor de las conferencias matutinas, en lugar de propiciar el rigor y la objetividad de los mecanismos de transparencia que el país ha construido durante décadas.
También ha quedado claro que preferirían volver a centralizar agendas complejas como las telecomunicaciones, la niñez o la energía, en lugar de lidiar con instituciones y sistemas que no procesan decisiones por decreto, sino mediante la deliberación, la coordinación y la solidez técnica; instituciones y sistemas que el grupo gobernante ni siquiera ha pretendido entender, sino que han preferido descalificarlas a priori.
Lo que el presidente y su grupo cercano han dicho en días recientes sobre los organismos autónomos no debe tomarse, en ese sentido, como un distractor más. Se trata, ante todo, de una proyección y un deseo explícito sobre cuál es el verdadero modelo de país en el que creen. Si antes la corrección política les impidió expresarlo, hoy, su efímero encumbramiento les ha llevado a un
cinismo sin cortapisas, revelando sus verdaderas intenciones.
Estamos a tiempo de atemperar estas pulsiones regresivas con la fuerza de los votos, la movilización popular, la organización y la oposición democrática. La afrenta contra los organismos autónomos no puede ser tomada a la ligera, es importante entenderla como lo que es: un punto de quiebre para nuestra endeble democracia. Es más fácil detenerlos ahora, que revertir mañana las
graves consecuencias de todo lo que este régimen está destruyendo.
POR GUILLERMO LERDO DE TEJADA SERVITJE
DIPUTADO CIUDADANO EN EL CONGRESO DE LA CIUDAD DE MÉXICO
@GUILLERMOLERDO