Las películas y series estadounidenses han mostrado que “el pueblo americano” es capaz de proteger al mundo entero de insurrecciones ocasionadas por el comunismo o fuerzas terroristas, catástrofes naturales, legiones de extraterrestres o humanos mutantes. Sin embargo, en la realidad, también nos demostraron el 6 de enero que no se pueden “salvar” de ellos mismos y que, cuando el –“enemigo”– está entre sus filas, cuando es su propio Presidente, no saben resolver el conflicto.
Y es que este nuevo thriller de acción no tiene ninguna línea sorpresiva en su trama, ya estaba delimitada desde el momento en que un candidato con tal avidez de poder se pasea con cerillos en el bolsillo, al llegar a la Casa Blanca el Partido Republicano le regala un bidón lleno de gasolina y, al ser despojado del poder, no dudará en encender el fuego en contra de las instituciones democráticas. En tan sólo cuatro años de mandato, esta es la historia de Donald Trump como el Presidente número 45 de Estados Unidos.
Los ejemplos están documentados: en 2016, cuando perdió la elección de Iowa en contra de Ted Cruz, Trump dijo que le robaron; cuando todo indicaba que perdería las presidenciales con Hillary Clinton, mencionó que éstas están amañadas; cuando se conflictuó con China por una batalla comercial, no dudó en señalar que el país asiático es el enemigo a vencer; cuando ocurrió su impeachment, gritó a los cuatro vientos que los demócratas son antidemocráticos, y cuando Joe Biden ganó las elecciones, azuzó a todos sus seguidores a abrazar un sentido de hurto en contra de su persona y así de manera rabiosa tomaran el Capitolio, vandalizaran sus instalaciones, atacaran a congresistas, siempre con un discurso segregante y rupturista, ellos vs. nosotros.
Ante esta situación la academia y la comentocracia discute si lo ocurrido fue un ensayo de golpe de Estado o sólo un intento de debilitar las instituciones democráticas. Las comparaciones con países menos democráticos, como los latinoamericanos, no se hicieron esperar, y ya se coloca a Trump a la par de Chávez, los Castro, Ortega, Morales y Correa; por otro lado, los analistas menos extremistas mencionan que lo ocurrido en el Capitolio sólo quedará en la historia como una mancha.
Entre estas dos posturas, considero que se deberá matizar ya con la llegada de Joseph Biden a la Casa Blanca. Más allá de las comparaciones con otras naciones y con películas de ficción, lo que realmente queda después del pasado 6 de enero es una sorpresiva decadencia del imperio estadounidense, de sus instituciones y de su método para realizar elecciones.
Aquel hegemónico dentro del sistema internacional se ha visto golpeado en lo más profundo de su ser tan sólo por un hombre y ha logrado socavar la confianza institucional en toda la nación americana al cuestionarse uno de los valores más arraigados dentro de los habitantes de nuestro país vecino: la democracia. Aún falta el final de este entramado, pues aunque Biden ya sea el Presidente de EU, la transición no será nada tersa, ya que Trump y su discurso de odio no permitirán que así sea.
POR ADRIANA SARUR
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