Tulum era uno de los destinos turísticos promesa hasta hace pocos años, pero la voracidad de empresarios, autoridades, organizaciones sindicales, grupos del crimen organizado y hasta la pandemia tienen sumido a este paraíso de la Riviera Maya en el desorden y la anarquía total.
La semana pasada, un incendio, presuntamente provocado, arrasó con 50 establecimientos comerciales y ocasionó el desalojo de unas mil personas, todo en plena temporada alta, con una ocupación hotelera de 80 por ciento.
Este “accidente” se suma a una cadena de sucesos ocurridos en los últimos meses, como la balacera del 1 de noviembre en una fiesta de Halloween, que dejó dos personas muertas y cinco lesionadas.
Ha habido otros hechos que no llaman mucho la atención, pero los robos, homicidios y tráfico de drogas son pan de todos los días en esta ciudad amurallada, cuna de la cultura maya.
Según datos oficiales, al cierre de 2020, Tulum tuvo un incremento de 67 por ciento en homicidios y alcanzó el primer lugar de este delito en Quintana Roo.
No obstante, se le ubica como uno de los sitios con mayor turismo extranjero y, lo que se desprende de investigaciones de agencias nacionales, es que muchos acuden a él por la facilidad para adquirir todo tipo de drogas, desde las más naturales, como la mariguana, hasta las metanfetaminas.
Otros tantos lo hacen por lo sencillo que resulta adquirir medicamentos (restringidos en sus países de origen) en las múltiples farmacias que hay a lo largo del corredor turístico. Los utilizan para procesar otro tipo de estupefacientes.
Las autoridades encuentran en eso parte importante de lo atractivo que resulta el lugar para muchos extranjeros, sin soslayar, por supuesto, lo paradisiaco de sus playas y ecosistema.
De otro modo, nadie se explica cómo es que un lugar con tarifas de hotel más altas que Cancún, Holbox o Isla Mujeres, sin agua potable, con una avenida hotelera llena de tráfico, baches y mal oliente, y changarros que todo lo cobran en dólares, cuente con tanta demanda.
Todo eso, sin embargo, ha sido “bien” aprovechado por empresarios voraces y mafias locales, como la de los taxistas que controlan la plaza y cobran tarifas como si fuese Nueva York.
El banderazo lo cobran en 250 pesos, cuatro veces más que la tarifa de una aplicación de taxis en la Ciudad de México, la que, por cierto, no dejan operar en todo el estado.
Algo muy parecido ocurre con los changarros y food trucks que venden artesanías, snacks, helados y café, a precio de oro. Un sándwich elaborado y despachado por un hombre de acento extranjero, por ejemplo, cuesta 350 pesos.
Eso, junto con la inseguridad, el hacinamiento, la falta de infraestructura, la destrucción de zonas protegidas y el desdén de autoridades municipales, encabezadas por el alcalde Víctor Mas Tah, han hecho que Tulum deje de ser el paraíso prometido y esté convertido en un verdadero muladar.
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Es cuestión de días para que la Administración General de Aduanas, que encabeza Horario Duarte, junto con la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), de Santiago Nieto, den a conocer el resultado de algunas investigaciones en contra de varios administradores de aduanas de la frontera norte, acusados de actos de corrupción, extorsión e influyentismo.
Por mucho tiempo, al interior del gobierno federal se prefirió no hablar del elefante en la sala.
Lo describían como un grupo político turbio, que amasaba riqueza usando las aduanas para acumular dinero y poder, pero nada se movía, nada se investigaba y los gremios aduaneros terminaron por cansarse, porque sus denuncias se iban a la congeladora.
Ahora sí, me dicen, la cosa va en serio, y pronto se conocerán los nombres de personajes que han movido los hilos de tan jugoso, pero sucio, negocio de las aduanas en nuestro país.
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Y como dice el filósofo… Nomeacuerdo: “Quien hace un paraíso de su pan, de su hambre hace un infierno”.
POR ALFREDO GONZÁLEZ
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