La decisión de los dueños de las redes sociales, un puñado de personas, de bajar el switch a las cuentas de Donald Trump tras la irrupción violenta de algunos de sus seguidores en el Capitolio el miércoles pasado, y las palabras sobre el tema, hablando de “censura”, del presidente López Obrador deberían abrir una conversación tan polémica como necesaria, a propósito de libertad de expresión, derecho a la verdad y a la información, censura, el papel de las redes, los derechos de empresas a publicar o dejar de publicar lo que quieran, los juegos de poder y control...
El jueves pasado, el presidente habló de la “censura de twitter y Facebook”. El viernes, tras la carta de Mark Zuckerberg, fundador de Facebook y también propietario de Instagram, justificando las razones de bloquear las cuentas de Trump, aseguró que no compartía la forma en que actuaron las redes sociales. “Lo sentí con mucha prepotencia, con mucha arrogancia. Hablando de sus normas, ¿y qué, la libertad, el derecho a la información, el papel de las autoridades legal y legítimamente constituidas?”, dijo.
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Los usuarios de redes estamos a merced de los propietarios de las mismas. No es ningún secreto. Dos, tres, cuatro personas son capaces de decidir qué se vale y qué no, qué se puede decir y qué no, a quién y por qué apagan. Son sus negocios, son sus decisiones, es su derecho, pensarán algunos. ¿Lo es?
Saquemos por un momento de la ecuación a Trump. Hablemos de Zuckerberg. Él se adjudica el derecho a decidir qué sí y qué no pasa por sus redes sociales, porque son suyas. Él y su criterio es el único criterio. Los gobiernos y autoridades no tienen mayor margen ni incidencia. Un pequeño grupo de personas, que ya se vio el poder que concentran, ejercen control de manera unilateral, sin mayor responsabilidad con nadie y sin posibilidad de apelación.
Se dirá que las redes se regulan solas, que tienen reglas propias, ¿pero alcanzan? ¿Bajo qué criterios se establecen? Unos cuantos ejercen un enorme poder –y control- sobre millones más en el mundo. Unos pocos parecen haberse erigido en dueños de la verdad, de la información. Ellos definen quién habla y quién no.
Se argumenta que apagar la redes “no es censura”, “es ponerle límites al poder”, “porque todo poder debe ser debidamente limitado cuando se excede”. Ok. ¿Y a las redes quien les pone límite? Traigamos a Trump de nuevo a la ecuación: ¿recién comenzó a excederse el miércoles pasado?
¿Las grandes compañías de tecnología se dieron cuenta de quién era a 15 días de que abandone el poder? ¿O realizaron una jugada política –y económica- en beneficio de su propio negocio –ante un nuevo acomodo de fuerzas, evitar regulaciones de los Demócratas, por ejemplo-?
Cierto, Trump justificaba la violencia y desparramaba odio aquel miércoles durante el asalto al Capitolio, pero, ¿fue distinto a lo que hizo y posteó en los cuatro años previos? ¿dejó de funcionar a los dueños de las redes abrirle el espacio y determinaron ejercer su poder y bajarle el switch?
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En “1984” de George Orwell, Winston Smith, el protagonista, trabaja como censor en el Ministerio de la Verdad, en una constante revisión de la historia para adecuarla a las circunstancias del presente. ¿Estamos demasiado lejos de aquel escenario? Hoy son las redes sociales las que recopilan cada gesto, cada compra, cada comentario que hacemos en internet.
En "1984", Orwell mostró cómo “la verdad” puede crearse arbitrariamente, activando las emociones de la gente mediante la propaganda. No es ninguna novedad que todas las organizaciones políticas -y comerciales- hoy se dedican a alimentar sentimientos. Basada en las elecciones de los consumidores, con el usuario como la mercancía con la que se comercia, la recolección de esa información -que voluntariamente se entrega, por ejemplo, para las campañas políticas- está distorsionando la democracia.
En lo más profundo, el verdadero enemigo es la realidad. Las dictaduras intentan hacer imposible entender el mundo real y buscan sustituirlo con mentiras. El drama en “1984” es la aniquilación del "yo" y la destrucción de la capacidad individual para reconocer el mundo real.
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Las redes dictaminan, encienden o apagan, permiten o censuran. Son todopoderosas. Lo visto en los últimos días evidencia quiénes tienen el control, quiénes realmente están al mando.
¿Tiene límites la libertad de expresión? ¿Hay o no limites en redes? ¿Quiénes y bajo qué criterios imponen esos límites? ¿Quiénes mandan? ¿Quiénes tienen ese control? Más aún: ¿quiénes gobiernan?
La explicación de Zuckerberg puede ser acompañable: Trump estaba poniendo en riesgo la democracia y llamando a la violencia. De lo que no hay duda es que ni es el único, y lo irrefutable es que Zuckerberg y el puñado de dueños de redes, son los grandes decisores.
“Libertad para todos, menos para los enemigos de la libertad”, dice el clásico. Y suena muy bien, pero ¿quién decide quién es un enemigo de la libertad?
En el fondo se exhibe una profunda debilidad de la democracia. La democracia es potente para decidir quién ostenta el poder, pero al mismo tiempo es muy débil: un individuo –Trump- puso en jaque la democracia de un país. Y otra persona puede darle o quitarle la voz a ese primer individuo; de ese tamaño es su poder.
POR MANUEL LÓPEZ SAN MARTÍN
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