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¿Dos años de transformación?

Ya son dos años a partir de los cuales la cuarta transformación ha buscado, desde su perspectiva, reivindicar a los mexicanos más vulnerables, sin embargo, han sido dos años de sinsabores

OPINIÓN

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¿Qué entiende la gente cuando se le pregunta qué es un buen gobierno? ¿Cómo se pueden medir los éxitos y fracasos de la gente al frente del país? Con la reciente entrega del segundo informe de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, mucho se ha hablado sobre el contenido del mensaje que se compartiría a una nación que atraviesa un momento coyuntural extraordinario con más de 66 mil fallecidos como consecuencia del Covid-19 y las múltiples repercusiones sociales y laborales que acarrea.

A diferencia de quienes opinan que este ejercicio representó una más de sus presentaciones “mañaneras”, vi a un presidente serio dar un mensaje ensayado, sobrio y mesurado dirigido a todos los mexicanos, no sólo a sus bases, tal vez consciente de que no hay mucho que presumir ni mucho menos celebrar. Lo anterior, a pesar de que históricamente este requisito constitucional representa más bien un ritual político en el que se exaltan los principales resultados obtenidos durante un año de gestión, sin mayores miramientos autocríticos o de verdadero acceso a la información y sustento de los resultados.

Con esto no pretendo justificar ese narcisismo suyo tan característico, en el que exageradas afirmaciones como “en el peor momento, tenemos al mejor gobierno” volvieron a relucir, cuando la realidad es que el gobierno tiene poco que rescatar más allá de los programas sociales que, de acuerdo con sus datos, benefician ahora a siete de cada diez familias, y para las cuales, en muchos de los casos representa una ayuda digna y significativa en su día con día, la cual se traduce en popularidad y eventualmente en votos.

Ya son dos años a partir de los cuales la cuarta transformación ha buscado, desde su perspectiva, reivindicar a los mexicanos más vulnerables, sin embargo, han sido dos años de sinsabores en los que, si bien su proyecto de nación contraviene décadas de corrupción y malos manejos, su movimiento no ha conseguido afianzarse como una estructura política sustentable y vive de ideales y pasajes históricos que no necesariamente aplican en el mundo interdependiente que vivimos hoy.

Además, en el imaginario de nadie se presupuestaba la llegada de una de las peores crisis sanitarias modernas ni la “nueva normalidad” que traería consigo, en detrimento de la economía y sociedades globales.

Dos años en los que la popularidad de López Obrador, como jefe del ejecutivo, ha disminuido considerablemente si se consideran temas pendientes como la inseguridad, crecimiento “0” de la economía pre-pandemia y el manejo deficiente cuando ésta llegó a México. No obstante, sigue siendo ese líder ideológico en el que millones de mexicanos depositaron su confianza y hasta su fe.

Habría que preguntarles a los 23 millones de familias que reciben y dependen de los apoyos directos del gobierno, así como también a los líderes empresariales que no han sido escuchados desde que inició su sexenio y dan empleo hoy a 20 millones de mexicanos. La división ideológica y social que genera su ideario político es innegable y es por ello que todas las aristas deben ser consideradas.

Veo con interés el proceso de “transición” a “consolidación” de la “nueva vida pública del país”, que el presidente mencionó durante su discurso, iniciando con su llegada al frente del ejecutivo federal. Desde su entender, el objetivo es propiciar una “renovación moral” en la que se priorice a los menos favorecidos, lo cual es muy loable pero no se puede desechar, ni mucho menos desapercibir, el esfuerzo y dedicación de millones que no concuerdan con sus ideas, bajo el argumento equivocado de que todo recurso o bien está vinculado con corrupción o detrimento social.

El priorizar el valor del poder antes del interés público ha sido un error histórico del que pocos están exentos y el presidente parece saberlo. A mi entender, más allá de “consolidar” es momento de conciliar y darnos cuenta de que todos vamos en el mismo barco y navegamos hacia el mismo rumbo, sin excepción. [nota_relacionada id=1223048]


POR AZUL ETCHEVERRY

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