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Libertad de expresión

OPINIÓN

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Se trata de uno de los fetiches favoritos de los señoritos de la inteligencia que las sociedades han dado en llamar intelectuales, esos sujetos sensibles, exquisitos, éticos, liberales y desde luego que democráticos. Octavio Paz, ese exponente delicado de literato pedante que sabe las cosas a medias y que hablaba con delicadeza poética un poco de todo para deslumbrar a cuanto incauto se dejara engañar, es la figura que de manera más plástica encarna a este tipo tan característico de señorito.

Ya hemos hablado de ellos, pues, al ser los protagonistas del espíritu libre y la expresión más alta de la cultura, los intelectuales llenan el espacio público con caricias en forma de palabras, y es imposible no hablar de ellos, sobre todo cuando, aterrados en su sensibilidad democrática, encienden las señales de alarma embargados por la angustia de ver cómo se pone en riesgo la libertad de expresión, o con más precisión: su libertad de expresión. Una libertad de expresión que es la única garantía de que las sociedades incultas, burdas y analfabetas, que por lo general ellos desprecian, puedan seguir teniendo el privilegio de ser acariciadas con sus reflexiones y sus poemas, sus novelas y sus relatos y sus revistas críticas, terriblemente críticas y peligrosas, que sacuden hasta sus cimientos a cualquier régimen político con sus condenas éticas y sensibles contra la barbarie, el autoritarismo y por la libertad de la cultura, como se llamaba aquél congreso de intelectuales contra la URSS que fuera organizado por la CIA usándolos como vanidosos y oligofrénicos tontos útiles.  

Pero claro, esto de la libertad es todo un tema, como dicen los clásicos ¿no es cierto? En principio habría que hacer una distinción fundamental, porque todo depende de la idea de libertad con que se cuente. Está primero la libertad negativa o “libertad de”, que supone la ausencia de prohibiciones o mordazas para que tenga lugar la expresión. Este suele ser el sentido con el que se desgarran las vestiduras los señoritos de la inteligencia. Pero está también la libertad positiva o “libertad para”, que supone no ya la ausencia de obstáculos o trabas o mordazas, sino la potencia o capacidad para que la persona en cuestión pueda o tenga algo que decir o expresar. Un libro de álgebra superior puede ser puesto en mitad de la calle para que cualquiera lo tome: habrá “libertad de” tomarlo, pero si la calle es de una ranchería de población semi-analfabeta, nadie tendrá entonces “libertad para” entenderlo o leerlo siquiera.

¿De qué libertad hablan los señoritos de la inteligencia que firmaron el manifiesto de hace unos días aterrados por que se violentara su libertad de expresión? Yo creo que de ninguna, porque las dos están intactas. Lo que ocurre es que lo que se ha violentado es su delicada y débil y democrática sensibilidad de señoritos de la inteligencia, a pesar de que tengan garantizadas todas las tribunas. Más patetismo, pienso yo, ésta es la cuestión, es imposible encontrar.

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POR ISMAEL CARVALLO
ASESOR EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS
@ismaelcarvallo
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