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El espíritu de Madero y su presencia en el presente

Sin embargo, su bondad y generosidad no le permitieron entender los resbalosos vericuetos de la política, le impidió avizorar con claridad la demanda más sentida del pueblo

OPINIÓN

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Francisco Ignacio Madero es uno de los admirables héroes mexicanos por su valor, su honestidad personal y la firmeza de sus convicciones. Se inspiró —para derrocar al régimen de Porfirio Diaz— en la filosofía espiritista que, lejos de ser en ese tiempo una charlatanería, se fundamentaba en el racionalismo de Allan Kardec, que aprendió y estudió durante su viaje a Europa a finales del Siglo XIX. Su afán, fue la democracia y la libertad; así obtuvo —después de la promulgación del Plan de San Luis, y más tarde en los Tratados de Ciudad Juárez— la Presidencia de la República.

Sin embargo, su bondad y generosidad no le permitieron entender los resbalosos vericuetos de la política, amén de que su formación cultural y la clase social a la que pertenecía, le impidió avizorar con claridad la demanda más sentida del pueblo, que no sólo era la electoral, sino la justicia social. Probablemente por estas y otras causas no advirtió el peligro que se avecinaba al permitir que el ejército porfirista se conservara, casi intacto, y que las fuerzas contra revolucionarias generaran una semilla de odio, que sembró el siniestro embajador norteamericano Henry Lane Wilson en traidores como Victoriano Huerta, Félix Diaz y Aureliano Blanquet. Su martirologio, junto con el Presidente Pino Suarez, escribió una página negra de nuestra historia.

Por supuesto no hay comparación posible con el actual Presidente, pero éste varias veces ha señalado que ningún Ejecutivo Federal ha sido tan atacado por los medios como él, exceptuando al presidente Madero, quien fue —a su juicio— un elegido de la providencia, que es lo mismo que supone nuestro Presidente. También López Obrador llegó a la Presidencia después de un largo camino de lucha cívica, aprovechó el hartazgo de la sociedad frente a la insolencia, y la soberbia de una clase política desacreditada y desconectada de las necesidades del pueblo; no obstante, sus propósitos de combatir la desigualdad y la pobreza no han podido ser realizados, entre otras cosas porque desbarató el aparato del Estado, disminuyéndole funciones y creando un caos administrativo en el que se han perdido la planeación y la eficiencia.

A pesar de que López Obrador se considera enemigo del neoliberalismo, reduce el empleo, amplia los tratados de comercio, se alía pragmáticamente con el xenófobo presidente Trump y pierde el timón del destino. No existe ideología, no hay proyecto nacional y además de la trágica pandemia, siguen siendo asignaturas pendientes el desarrollo económico, la inseguridad y el desempleo; no se han recuperado las funciones rectoras del Estado, y se ha creado un clima de polarización de graves consecuencias.

La derecha reaccionaria sale del clóset y asoma el siniestro rostro del populismo derechista que, en otras latitudes, conduce irremediablemente al fascismo.

Es tiempo de reflexionar y aceptar el debate político en términos democráticos y de respeto a las instituciones, pues cada día que transcurre en esa pugna grosera e inexplicable nos aleja de los objetivos de un México mejor.

El espíritu de Madero debe estar presente, no en las consecuencias trágicas de su destino, sino en el ideal de libertad y democracia. No olvidemos que el verdadero enemigo se encuentra más allá de nuestras fronteras, requerimos ponderación.

Señor Presidente no deje crecer a los enanos de la reacción. [nota_relacionada id=1249498]

POR ALFREDO RÍOS CAMARENA

ACADÉMICO DE LA FACULTAD DE DERECHO DE LA UNAM

COLUMNA INVITADA

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