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La dulce patria

“Frente la problemática patria que representa el hablar de identidad, yo prefiero remitirme a la comida y a los dulces tradicionales, porque así nadie termina herido y las conversaciones fluyen mejor”

OPINIÓN

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México tiene muchos rasgos distintivos como país, y al parecer la comida es lo que más nos une en estas fechas.

Salvo por los chiles en nogada, no hay controversias serias entorno a al tema; siempre será bien visto que algún compatriota en el exilio diga que, comer pozole, es comerse un cachito de la patria de su madre, que lo vio nacer.

Sin embargo, los otros rasgos identitarios que también nos unen, afloran al momento de admitir que le vas al América (yo soy Puma), que ares ateo o cosas aun peores, porque terminan siempre en confrontaciones innecesarias que se pudieron evitar.

Frente la problemática patria que representa el hablar de identidad, yo prefiero remitirme a la comida y a los dulces tradicionales, porque así nadie termina herido y las conversaciones fluyen mejor.

Ahora los dulces están mal vistos por las calorías extra, por las fructuosas de maíz que utilizan en su preparación y por las esencias que sustituyen al dulce original, como el chocolate, por ejemplo.

No recuerdo momento más sombrío que el de hoy, para los artesanos dulceros y los empresarios de la caña, que, sin mucho tiempo para actuar, se vieron de pronto despojados de sus trabajos, ahogados en medio de una hoguera imposible de cegar. Con esto no quiero decir que prefiera la ingesta indiscriminada de azúcares y calorías ni mucho menos.

Lo que hubiera preferido es que se generara con tiempo y de manera meditada, unos protocolos de reingeniería del dulce mexicano que nos llevara a la cima de la innovación mundial, y también protocolos de reingeniería económica para todos aquellos que subsisten de esta industria.

Los dulces de este país hay que regularlos, pero también aprender a consumirlos, porque la gran mayoría se hacen con ingredientes naturales, y son hermosos testimonios de una historia que todavía nos falta explorar a profundidad.

¿Qué decir de lo bonito que se ven los mazapanes con forma de animalitos del centro de Puebla, los alfeñiques de azúcar del Edomex o las momias de azúcar de Guanajuato?

Son muchas las vitrinas que resguardan con el celofán ya polvoso, estos ejemplares azucarados como recuerdo de sus viajes. En lo personal, me importa cómo luce la comida, y los dulces especialmente lindos son los que se ganan mi corazón.

Mi golosina favorita es la palanqueta de pepita de calabaza, pero debe estar crujiente y fresca. De las mejores que he probado están en la Central de Abasto de la CDMX, fila IJ, de lado derecho yendo hacia flores y hortalizas, poquito antes de llegar al primer pasillo.

Visualmente hay tres que me fascinan: el limón relleno de coco, las botellitas de Jerez y la chilacayota cristalizada. Por el nombre me hacen gracia los Tarugos y los Pedos de monja, pero lo que más me gusta de todo, es ver las canastitas llenas de todas estas versiones de la patria en dulce, que además de ser deliciosas, son un buen recordatorio de que la belleza está en todas partes. [nota_relacionada id=1245290]

POR JULÉN LADRÓN DE GUEVARA
CICLORAMA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@JULENLDG

mavr / eadp