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Juan José Arreola, el escritor que bajaba las estrellas con la mano

OPINIÓN

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Juan José Arreola se decía a sí mismo un “hablista”. De niño, en Zapotlán, Jalisco, donde nació el 21 de septiembre de 1918, le apodaban “Juan El recitador”. Devoto admirador de Jorge Luis Borges, entrevisto al escritor argentino para la televisión. Cuando al autor de "El aleph" le preguntaron cómo le había ido, Borges respondió: “Juan José fue muy generoso conmigo. Me dejó durante la charla insertar algunos silencios.”

La historia de esta elocuencia que legó a la literatura mexicana varas obras maestras, comenzó en 1922, cuando al niño de cuatro años, lo llevaban como compañía, sus hermanas mayores, a la escuela primaria. El pequeño Juan José escuchaba arrobado a los alumnos, en la clase de literatura, recitar poemas y leer pasajes del El diario de un niño, la célebre novela del Edmundo De Amicis.

La clases de historia, geografía, biología, le anticiparon una ventana al universo infinito del conocimiento. De la mano de su hermana mayor, Elena, conoció apenas rebasados los diez años de edad, a otros autores. La familia y amigos cercanos se circulaban los libros de la escuela y varios caían en las manos del lector precoz. Arreola leyó y aprendió de memoria los “Cantos de vida y esperanza” de Rubén Darío, los poemas de Bécquer, a Charles Baudelaire. Comenzó a leer pasajes de la Biblia y La Divina comedia. Advertido su padre por un tío de estas lecturas, don Felipe Arreola contestó: “Si va a vivir, que de una vez sepa de qué se trata este mundo”.

De viva voz Juan José Arreola cuenta que se aprendió de la Divina comedia todo sobre El infierno, a tal grado que lo recitaba en español e italiano. Su tío, cura de la iglesia, le pedía que subiera al púlpito a recitar esos versos profanos. Era un sacerdote liberal con aspiraciones de astrónomo y matemático. La Guerra Cristera estalló y la calma provinciana de Zapotlán el Grande voló por los cielos. Después de cooperar con recursos a la mermada economía familiar como panadero y encuadernador, Arreola se trasladó a la ciudad de México para ingresar, a los 18 años, a la escuela de Arte Teatral del INBA.

Se ganó la vida como actor de radionovelas y debutó en el escenario bajo la dirección de Xavier Villaurrutia, destacado integrante del grupo Los contemporáneos. Hizo una gira de pueblo en pueblo con la compañía de Rodolfo Usigli y retornó en 1940 a Zapotlán. Ejerció como periodista. Su imaginario literario se forjó leyendo a Quevedo, a Góngora, a Cervantes. A fabulistas como Esopo y La Fontaine. De los contemporáneos a Kafka, Andreyev, Papini, Borges, Whitman.

De visita a Guadalajara en 1939 el actor Louis Jouvet le invitó a París. Tuvo que finalizar la Segunda Guerra Mundial para que Arreola concretara el viaje y llegara a actuar como extra en la Comedia Francesa bajo la dirección de Jean-Louis Barrault. Su pasión por el teatro se manifestaría en 1956 como director del programa teatral Poesía en voz alta, donde Arreola conjuntó a Octavio Paz, Leonora Carrington, José Luis Ibáñez, Héctor Mendoza, Juan Soriano, Elena Garro, María Luisa Elio, Rosenda Monteros y Tara Parra. Nació una vanguardia relevante del teatro mexicano.

Diez años antes, en 1946, Juan José Arreola trabajaba como traductor del francés y corrector de estilo en el Fondo de Cultura Económica, casa editorial que en 1949, por invitación de Daniel Cosío Villegas, le publica su libro de cuentos Varia invención.

Nace así un escritor inclasificable en las tendencias de la literatura mexicana de la época, cuando vivía su apogeo la llamada Novela de la Revolución y la corrientes nacionalistas en la pintura, la danza, la música y el teatro. No hay más ruta que la nuestra, sentenció Siqueiros. Pero a la fabulación de los cuentos reunidos en Varia invención y en otros libros, Arreola había agregado un manejo admirable del español, lo que él llamaba un castellano absoluto. Cuentos de 20 cuartillas, reducidos a una cuartilla, un párrafo, una línea, donde sobrevivía lo esencial:

“La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones”.

Como Salvador Novo y Carlos Monsiváis, Juan José Arreola fue un erudito asombrado por el acontecer nacional, las literaturas del mundo o la historia del vino, la comida mediterránea, o el origen de las costumbres que conforman lo mexicano. Cronista de su época o la historia de las culturas, Arreola guardaba en su prodigiosa memoria parte de la cultura universal. Y la narraba con una pureza del lenguaje que escucharlo era como leerlo.

Juan José Arreola fue un escritor y académico mexicano, quien falleció 3 de diciembre de 2001. Foto: @BiblioArtes

A “Varia invención” siguieron las publicaciones de los libros de cuentos Confabulario (1952); Palindroma (1971) y Bestiario en 1972, , de 1963 data la edición de su única novela La Feria, collage de postales, anuncios, poemas, poemas en prosa, narraciones cortas, todas unitarias, que pueden ser leídas al azar o de manera lineal. Agregó a su obra poemas y ensayos.

Arreola se consolidó como un maestro reconocido por el lenguaje depurado, la innovación temática y la mirada reveladora, a veces regocijada, en ocasiones cruel, entrañable, nostálgica, irónica con que abordaba a sus protagonistas y sus entornos:

Fragmento de El guardagujas:

-Pero, ¿hay un tren que pasa por esta ciudad?
-Afirmarlo equivaldría a cometer una inexactitud. Como usted puede darse cuenta, los rieles existen, aunque un tanto averiados. En algunas poblaciones están sencillamente indicados en el suelo mediante dos rayas. Dadas las condiciones actuales, ningún tren tiene la obligación de pasar por aquí, pero nada impide que eso pueda suceder. Yo he visto pasar muchos trenes en mi vida y conocí algunos viajeros que pudieron abordarlos. Si usted espera convenientemente, tal vez yo mismo tenga el honor de ayudarle a subir a un hermoso y confortable vagón”.
Juan José Arreola fue también un generoso pedagogo, forjador de narradores. Cuentan que le llevaron sus trabajos para que los leyera, y le dijo a José Agustín y René Avilés Fabila que mejor hicieran un taller. Cada miércoles por dos horas. Si le interesaba algún texto citaba al autor un día aparte. No cobraba. Por su taller desfilaron infinidad de autores. En las revistas Cuadernos del unicornio y Mester, editadas por Arreola, publicaron promisorios escritores como José Emilio Pacheco, Beatriz Espejo, Jorge Arturo Ojeda, Elva Macías y Elsa Cross.

Como divulgador cultural participó en la reconstrucción de la casa del Lago, la cual, donada por el gobierno federal a la UNAM, pretendía ser recuperada por la Regencia de la Ciudad de México en tiempos de Uruchurto. Arreola fue comisionado para reactivarla, y abrió con mesas de ajedrez, un programa de Poesía en voz alta, y al final con el Ballet Floklórico de México de Amalia Hernández, danzando sobre un escenario flotante en pleno Chapultepec.

Fiel a su aforismo de que un poeta que no escribe o no habla se le rompería la cabeza o le estallaría el corazón, Arreola dio conferencias en diversas universidades del mundo. De Bélgica a Granada, donde le proporcionaron en La Alhambra la habitación que fuera de un del sultán para hospedarse. Arreola confesó durante su charla que no pudo dormir de la ansiedad y el remordimiento, al igual que su personaje de uno de sus primeros cuentos, El Barco, cuya mano adquirió vida propia dada la culpa por abofetear a un alumno en la escuela.

El 3 de diciembre del año 2001 Juan José Arreola dejó este mundo de ficciones para trasladarse al mundo real, el de su imaginario inagotable. Su legado literario le mereció todos los premios mexicanos, condecoraciones de países donde reconocieron su trascendencia. El Caballero de la Legión de honor, se dio tiempo para narrar partidos de futbol, partidas de ajedrez, platicar con Borges o Talía en la televisión mexicana, indagar en la filosofía alemana y declamar capítulos enteros de El Quijote.

Esta anécdota recopilada en el libro Arreolario. Instrucciones para leer explica la genealogía de Juan José Arreola:

El poeta chileno Pablo Neruda llegó a Zapotlán el Grande en 1942 y fue recibido por un joven de 23 años a quien en el pueblo llamaban Juanito El Declamador, se trataba de Juan José Arreola.

“Arreola dio una apasionada bienvenida al poeta declamando dos de sus cantos: Farewell y el Poema 20. Neruda quedó impresionado al grado que le pidió a Arreola que lo acompañara a la Unión Soviética convirtiéndose en su secretario, pero la esposa del chileno lo persuadió de no hacerlo. Después de una velada de historias, poemas y ponche de granada en Zapotlán, Neruda miró el cielo y dijo pausadamente a los presentes: ‘aquí las estrellas se pueden tomar con la mano’”.

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POR MIGUEL ÁNGEL PINEDA BALTAZAR

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