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Sombra autoritaria

Fue elocuente en el discurso de Donald Trump la ausencia total de una narrativa coherente respecto a la pandemia

OPINIÓN

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Desde la Casa Blanca, y frente a un escenario digno de la parafernalia fascista más acabada, Donald Trump cerró la Convención Nacional Republicana con un largo discurso en el que reiteró sus temas de campaña favoritos. Abajo de Joe Biden por cerca de 9 puntos porcentuales en las encuestas nacionales, y con ligeras desventajas en varios de los estados pivotales del Colegio Electoral estadounidense (Florida, Pennsylvania, Minnesota, Michigan, Virginia, Arizona), el presidente de la democracia más poderosa del mundo concluyó el evento con un discurso aburrido y desordenado, pero elocuente por varias razones.

Fundamentalmente, porque a lo largo de toda la Convención, incluyendo este último momento, la residencia oficial del presidente se convirtió sin pudor alguno en un foro de actos de campaña. Sin ser tan restrictiva como nuestra propia legislación, al igual que acá, la ley estadounidense (en particular el Hatch Act) prohíbe la utilización de recursos públicos en campañas electorales. La campaña de Trump no sólo violó esta norma con el evento de cierre; lo mismo hizo su esposa con otro discurso desde el Jardín de las Rosas unos días antes; también se realizó un acto formal de naturalización de inmigrantes en la Convención; e incluso el Secretario de Estado Pompeo se tomó tiempo de sus labores oficiales en el extranjero para ser parte de la pasarela de discursos ensalzando al candidato republicano. Desde el punto de vista de la equidad en la contienda, y de lo que debiera ser el cuidado de las normas de convivencia política en una democracia ejemplar, lo ocurrido es grosero y grotesco, un auténtico batidero.

Esto se suma a los intentos recurrentes del propio presidente Trump por deslegitimar la elección presidencial (exacto, la que él espera ganar). Como otros candidatos de perfil autocrático en otras latitudes, desde hace cuatro años el insurgente Trump aseguraba que si perdía frente a su rival demócrata (del entonces partido en el poder), sería como efecto del fraude electoral. Ahora desde el poder su discurso no ha cambiado, a pesar de ser él quien controla el aparato gubernamental y tiene mayor probabilidad de ensuciar las elecciones. Eso es justamente lo que ha hecho desde hace unos meses, poniendo en duda y minando la capacidad del servicio postal estadounidense para manejar adecuadamente los cientos de miles de votos que se harán por correo, y que en un escenario de pandemia y varios estados con elecciones muy cerradas, podría definir el destino de la elección.

También fue elocuente en el discurso de Trump la ausencia total de una narrativa coherente respecto a la pandemia. No hubo explicación de por qué su país tiene uno de los peores resultados en el mundo, ni mucha empatía con las familias de las personas fallecidas, ni una perspectiva muy clara de cómo salir de la crisis. Y en ese entorno, este discurso y esta convención sirven para confirmar, lamentablemente, los rasgos de un síndrome que atraviesa a gobiernos de corte populista en todas las regiones del mundo. Malos para reaccionar a la pandemia, fieles creyentes de narrativas diseñadas para ganar el poder pero no para gobernar bien, y carentes de autocrítica y competencia para enfrentar los problemas, profundizarán sus estrategias liberales como última alternativa para permanecer en el poder.

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POR ALEJANDRO POIRÉ

DECANO ESCUELA DE CIENCIAS SOCIALES Y GOBIERNO TECNOLÓGICO DE MONTERREY

@ALEJANDROPOIRE

irv / eadp