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8-2

OPINIÓN

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Ahora es casi irrelevante, pero hace unos días el partido era la final adelantada de la competición. Es cierto que los momios favorecían a los alemanes, sobre todo tras el desempeño del equipo español en La Liga.

El tanto de Müller, al minuto 4, anunciaba una derrota; cierto también, pero el autogol de Alaba en el 7’, nos decía que nada estaba escrito. Al final del primer tiempo ya el Bayern había adelantado nuevamente, con diferencia de tres goles, pero el detalle de verdad aterrador era que, pese a lo que dijera el tablero, se habían anotado cinco tantos en el partido y todos eran del equipo alemán.

Los culés regresaron del descanso con ímpetu; el gol de Suarez, en el minuto 57, dio luz y aliento, el suficiente para soportar ver la fiesta convertirse en masacre.

Los mexicanos lo hemos visto muchas veces. Llega un punto en que los goles que caen, uno tras otro, son como patadas a un adversario en el suelo y todos empiezan a sentirse incómodos. Es como el golpeador de patio, que se envalentona con su propio triunfo y sigue maltratando a un chico enclenque que ya no puede ni meter las manos. El problema es que éste no era un partido entre un equipo grande, consolidado y uno pequeño que tuvo mala suerte en el sorteo; estos eran el Bayern Múnich y el Barcelona, y éstos, perdónenme la redundancia, eran los cuartos de final de la Champions League.

Para mí, la imagen que lo resume todo es la cara de Coutinho tras el octavo gol. Sí, festeja alzando tímidamente las manos y recibe las palmas y los abrazos de su equipo, pero esa cara no es de un vencedor orgulloso. Y es que acababa de meter los dos últimos clavos en el ataúd del equipo que aún tiene su carta, club que lo contrató por una suma millonaria, en el que estuvo solo una temporada y al que no aportó casi nada.

Hemos hablado de la crisis del Barça desde hace tiempo. Todo el mundo lo ha hecho, ésta es una muerte anunciada. Se ha desmenuzado hasta el hartazgo los efectos de la salida de Xavi, Iniesta y Neymar. El costoso fracaso de las adquisiciones del propio Coutinho, y las de Dembélé y Griezmann.

Podemos mencionar el menor rendimiento de los jugadores base como Sergio Busquets (cuando le preguntaron a Del Bosque cuáles habían sido las claves para ganar la Copa del Mundo, mencionó, entre ellas, el juego callado, pero imprescindible de Busquets, gracias al cual todos los demás podían hacer su trabajo). El jueves pasado fue evidente que Sergio ya no está en ese nivel y que el equipo lo resiente.

Pero no sólo ha sido la elección de jugadores, también de directores técnicos. Después de la salida de Guardiola, sólo Luis Enrique ha sido capaz de conducir las riendas del equipo en La Liga y en Europa. Los demás han fracasado y de qué manera: Roma, Liverpool, y ahora Lisboa, se han sucedido uno tras otro y siempre pensamos que lo peor ha pasado, que se ha tocado fondo, que más bajo no es posible caer y aquí estamos, ante la humillación más grande en la historia del club.

Con toda intención no he mencionado a Messi, porque, para mí (y a juzgar por el trending topic del domingo: #MessiSíBartoNO, para muchos también), Leo, a pesar de los años, siempre ha cumplido, ha aportado y ha estado ahí; el problema, como en la selección argentina, es que los demás creen que puede con todo, y no es así, el futbol es un juego donde 11 jugadores deben hacer lo que les toca para ganar. El jueves negro fue un nítido ejemplo de ello: un Bayern poderoso en conjunto frente a un Barcelona desarticulado en todas sus líneas. [nota_relacionada id=1196987]

Lo que queda para este equipo que tanta alegría le ha dado a sus fans y a muchos amantes del futbol es cerrar filas, ser autocrítico y tomar las decisiones necesarias y posiblemente dolorosas; la salida de Setién es la primera, pero no puede ser la última, ¿será capaz o estamos, de verdad, en un funeral?

POR GUSTAVO MEOUCHI
GUSTAVO MEOUCHI
@GMOSHY67

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