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La tiranía del piso siete y medio

OPINIÓN

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En la película Cómo ser John Malkovich (1999), el personaje central va a una entrevista de trabajo que tiene que realizarse en el piso siete y medio del edificio de la compañía X. Cuando llega, advierte que, en ese piso, todos tienen que caminar agachados porque el techo está demasiado bajo.

Las razones de tan extraña situación se le explican en el video introductorio de la empresa, en donde se entera de que, en el pasado, el dueño y constructor del edificio tuvo un día una suerte de revelación: una enana lo va a ver para quejarse amargamente de que el mundo no estaba hecho para gente como ella. Como respuesta, apenado y consciente de tan terrible situación, el empresario le responde: ‘tienes toda la razón, para reparar esta ofensa me casaré contigo y construiré un piso exclusivo para gente como tú’. Y construyó entonces el piso siete y medio, que desde luego es tan surrealista como disfuncional.

La metáfora de la película es excelente para exponer lo que estaba por convertirse en una de las ideologías dominantes occidentales de fin de siglo: el victimismo, pivote articulador de la nueva tiranía de nuestro tiempo: la corrección política, consistente en querer organizar al mundo en función de las minorías de todo tipo, que pasan a ocupar el centro del debate ideológico bajo el ropaje de víctimas conceptuadas como sujetos de sensibilidad cuya identidad y sentimientos han sido afectados o discriminados (subrayen esto ya) por estructuras de todo tipo (el capital, el patriarcado, el eurocentrismo, el antropocentrismo, el clasismo), generando un complejo de culpa colectivo que diversidad de “teorías críticas”: Escuela de Frankfurt, postmodernismo, feminismo, indigenismo, anti-eurocentrismo (algunas de ellas hijas del 68) se encargan de señalar y condenar ad nauseam, atribuyendo la culpa y la carga de todos los males del mundo y de la historia a las sociedades occidentales, que, avergonzadas como el empresario anti-discriminación, se dedican a crear superestructuras burocráticas bajo la forma de Ministerios (o Comisiones) de la Corrección Política, que a su vez se nos ofrecen hoy como una suerte de Nueva Inquisición Ideológica desde la consigna de estar “contra toda forma de discriminación”.

Aunque cuando cae la Unión Soviética fue ésta la esquina a la que terminó por auto-marginarse la izquierda occidental (el marxismo económico en derrota es sustituido por el marxismo cultural anti-discriminación), lo cierto es que la hegemonía lograda por esta ideología ha sido rotunda y omniabarcadora: su sello perfecto es el de los Derechos Humanos como correlato legitimador al que se pliegan todos por igual. Yo ya no entiendo. Primero dijo Marx que el problema era la lucha de clases. Gustavo Bueno dijo luego, Lenin mediante, que era la lucha de Estados. Hoy nos dicen que el problema son las víctimas, la discriminación, las minorías y los derechos humanos. Si seguimos así, lo más seguro es que terminemos todos, escúchenlo muy bien, con la espalda hecha pedazos.

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POR ISMAEL CARVALLO
ASESOR EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS
@ismaelcarvallo
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