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¿Más sabios, o más zafios?

OPINIÓN

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En plena psicosis pandémica o antipandémica, o en franco escapismo y elusión, no voy a contarle mis cuitas, a usted, que ya tiene bastantes, supongo, pues cada día nos damos cuenta qué los demás tienen más problemas que cada uno de nosotros, y es lógico, puesto que “los demás” son todos, son muchos, son un montonal. Pero déjeme decirle, si cree que hacer un artículo es nada más sentarse y dejar las huellas digitales o dactilares sobre las teclas que están siempre dispuestas a ser bien tocadas, se equivoca, ¡se equivoca!

Nada más empecé por el título y ya la computadora, que a estas alturas ya sabe más que cualquiera de nosotros, me puso una molesta raya azul bajo el sacrosanto nombre de este texto mortal. Y empezó el debate con esta insensible y cruel máquina infernal ya que me obligaba a poner una coma antes de la conjunción disyuntiva “o” y ahí me tiene empezando este ignoto día consultando a Corominas, a la Real Academia que rima con Pandemia y con anemia, consultando con el sabio lingüista y poeta Luis Ernesto González y hasta la tumba de Raymundo Ramos removí en el disco no tan duro de mis recuerdos, para saber si la computadora tenía razón. Obvio, yo perdí, pero usted ganó, porque puede observar que chula se ve la coma después de sabios.

Pero no nos desviemos más, para que no nos digan desviados, el hecho concreto a dilucidar es si este mil veces maldito Covid19 o como se llame real y científicamente, nos está volviendo más brutos, o más abusados, más listos o más tontos, más vivos, o más zonzos, más sabios, o más zafios.

Punto número uno, nuestros cuerpecitos se están volviendo más gorditos, más aguaditos, más encorvados, cada vez tenemos más gacha la cabeza por tantas horas bobeando en la pantalla de la compu o del inefable celular, que Dios lo tenga en su santa gloria, como decía mi abuelita, qué hubiéramos hecho sin ese engendro electrónico en esta espantosa reclusión. Pero el asunto, el punto y el trasunto van más allá de estas mórbidas adiposidades o de esta pérdida irreparable de la nunca poseída realmente galanura.

El hecho es que la mayoría reconoce que nos está aturdiendo, a veces ya no sabemos en qué día estamos, o no recordamos que hicimos el anterior o si lo hicimos o no, y uno tiene que leer otra vez El Cantar de los Cantares pues ya se olvidó. La pandemia es enemiga de la memoria, y los amigos y los parientes y las amigas y los alumnos y colegas o los contertulios, se van volviendo distantes, se desdibujan y no, ¡no! no es lo mismo hablar por el Zoom o la fodonga video conferencia de face, que el matiz del vis a vis, que el guiño o la inflexión de la voz o el brillo de la mirada recíproca y simultánea cuando se logra otear el espíritu mismo de la mujer o del hombre amado, según el caso y el ocaso.

Tenía razón el Neftalí alias Pablo Neruda, nosotros los de entonces, ya no somos los mismos. Quizá somos mejores, pues hemos entendido mucho de “como se pasa la vida, como se viene la muerte tan callando” como escribió Jorge Manrique en las coplas a la muerte de su padre. Pero también quizá, hemos empeorado en nuestra condición de homo sapiens, de ese ente cognoscente y perfectible que presumíamos ser. Ya ahora nos conformamos con estar molestando verbalmente a los otros, a la otra, los de más allá, a los diferentes o a quien “agarremos de puerquito” pues no importa quien nos la hace sino quién nos la paga.

Hay muchos que tienen que salir a trabajar y no van felices. Hay algotros que tenemos que quedarnos por edad o por miedo o por sabiduría o por inercia, encerrados, enclaustrados, embotellados, recluidos, reducidos, en estado de sitio o en estado de simio y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres, o tan sórdidos, tan sórdidos, diría Porfirio Barba Jacob el imperecedero escritor que murió entre nosotros, en su Canción de la Vida Profunda, que no solamente se nos cansa la vista frente a ese rectángulo brillante e hipnótico, enajenante y esclavizante, sino que esta pandemia nos va secando el alma, nos va robando lo mejor que teníamos que era el saber y el sabor de la vida, sino que ahora nos atonta con su cantaleta diaria y a todas horas con sus cifras funerales con sus terrorismos nosocómicos, con su insistencia en taparnos la boca y en simultaneidad el cerebro.

Yo cumplo con advertirle inteligente y bella mujer mexicana de todas las edades, condiciones sociales o ubicaciones geográficas y tallas y talles diversos. No se deje, piense, mejore, mejore a los suyos, despabílelos ¿No ve lo que está pasando con la raza de bronce? El “caballero de fina estampa” ya felpó, se perdió en etílico naufragio de la pandemia convertida en pandemia. Sólo usted que es el verdadero origen de la vida puede salvarnos “del pasaje más horrendo de este viaje sin final” como sentenció la canción de “Sombras nada más”. Si quiere, puede. [nota_relacionada id= 1121203]

POR RAMÓN OJEDA MESTRE
C0LABORADOR
ROJEDAMESTRE@YAHOO.COM

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