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Estatuas sin sosiego

OPINIÓN

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Derribar estatuas no es algo nuevo. Al instante me vienen a la mente las imágenes del derribo de la de Sadam Hussein en Bagdad, en 2003, en medio de la crisis de aquél país que desembocaría en la ejecución de Hussein tres años después.

También son recordados por todos los momentos en que las estatuas de algún líder del bloque soviético comenzaron a ser derribadas como piezas de dominó tras la caída del socialismo real. Theo Angelopoulos eternizó luego ese registro visual –simbolizando también, con ello, el fin de una época– con su maravilloso genio fílmico en aquélla secuencia de La mirada de Ulises (1995), en la que se observa la estatua gigantesca de Lenin siendo transportada –y hecha pedazos– por un carguero que avanza lento por un río silencioso a plena luz del día. 

Para los romanos de la antigüedad había dos formas de mantener simbólicamente el recuerdo de sus hombres eminentes: mediante la palabra (escrita, declamada), que recordaba su fama, y mediante la imagen (impresa, esculpida, acuñada), que recordaba su gloria. No era entonces nada más a través de estatuas como se podía encumbrar la gloria de sus héroes: también estaban las monedas y los retratos.

La funcionalidad de todo esto es análoga a la funcionalidad de los museos de carácter histórico, que son una suerte de galería a puerta cerrada que guarda el registro del pretérito (imágenes en forma de reliquias, palabras en forma de relatos) dispuesto de modo tal que los miembros de una sociedad política puedan reconocerse en la retícula simbólica mediante la que se busca dar identidad y unidad a la sociedad de referencia. La función a puerta cerrada de los museos es la que, a puertas abiertas, tiene la retícula de imágenes que se articula mediante estatuas, murales públicos, monedas y billetes, que en su exposición y circulación diaria recuerdan a las sociedades las figuras, acontecimientos y símbolos que cierran y dan coherencia al conjunto de sus relaciones económicas, políticas y culturales: si por ejemplo apareciera un billete en México con la figura de Nixon o la reina de Inglaterra estampada, la coherencia quedaría rota.

La cuestión de las estatuas y su derribo tiene entonces una coloración de estricto rango político e histórico, y por tanto también ideológico. Es un campo de batalla abierto para todos. Recientemente, hemos podido ver el derribo o vandalización de estatuas de figuras de los tiempos de la era de los descubrimientos, a las que se atribuye el origen estructural del racismo o del esclavismo (expediente George Floyd en EEUU).

Sin dejar de condenar la atrocidad del crimen sufrido por Floyd, estimo que culpar a los descubridores y conquistadores de América por el inicio del racismo o del esclavismo es forzar las cosas demasiado, porque habría que preguntarnos si antes de su llegada todo era en estas tierras un paraíso de canto, flores y poesía. Yo lo dudo. ¿Quiénes sino esclavos fueron los que levantaron, por ejemplo, las pirámides del Sol y de la Luna de Teotihuacán?  

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POR ISMAEL CARVALLO
ASESOR EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS
@ISMAELCARVALLO


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