En las últimas semanas se ha elevado la presión estadounidense para que México reabra plantas que producen partes necesarias para las fábricas de EU, donde los aparatos político y económico están ansiosos por reiniciar actividades y reactivar la economía.
Estados Unidos se halla en pleno año electoral y en medio de una crisis económica creada por el súbito alto obligado por la pandemia del COVID-19.
Al presidente Donald Trump, candidato a la reelección que esperaba usar una buena economía como arma política, le interesa ahora mostrarse como el hombre que rescató a EU de los estragos de una enfermedad venida de China.
Más complicado, dio nuevo lugar a la rivalidad al poner de relieve la dependencia estadounidense de las fábricas chinas. "En este punto tenemos varias cuestiones de seguridad nacional con China (...), pero hemos encontrado que nuestra dependencia de China es mayor de lo que necesitamos", comentó la subsecretaria de Defensa para Adquisiciones, Ellen Lord.
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China es el "malo" designado. "Con la economía en un coma inducido por el coronavirus, el equipo de Trump trabaja a cambio para hacer de la campaña en 2020 un referendo aire de quien será más duro con China: Trump o (el presunto candidato demócrata) Joe Biden", consignó el diario electrónico especializado politico.com.
En lo inmediato, y quizá más importante, es que Trump está empeñado en hacer olvidar sus hesitaciones y demoras para enfrentar la pandemia.
Pero para su sorpresa, reabrir la producción estadounidense necesita de partes hechas en México. De ahí por un lado las abiertas peticiones de empresas que necesitan esos componentes, especialmente en las industrias aeroespacial, automovilística, electrónica y de salud; y por otro, las presiones, más discretas pero más duras, del gobierno estadounidense.
Trump necesita de esa reapertura para alimentar la economía estadounidense. Y para su campaña de reelección.
La recompensa parece evidente. Las economías de los dos países están tan entrelazadas que una recuperación estadounidense implica también una recuperación mexicana y su situación como socio estratégico.
De hecho, aunque no hay ninguna promesa, está también el entendimiento de que la cooperación mexicana podría llevar a que el gobierno de EU favorezca la reubicación de facilidades de producción estadounidense que ahora está en China. Pero eso es sólo una posibilidad.
El costo de no hacerlo es obvio también. No puede haber trabajadores donde no hay empresas, como señaló el embajador Christopher Landau.
Y de paso, quedar en el rol de villano que impidió el pleno regreso al trabajo de millones de estadounidenses.
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Pero las reaperturas de plantas en México conllevan riesgos de salud para los trabajadores ahí empleados.
La situación no es simple.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
@CARRENOJOSE1
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