En una imagen que no podría ser más anticlimática, solo —en un patio enorme—, el presidente nos recetó su enésimo informe de gobierno donde nos contó lo bien que van las cosas. Después de enumerar los grandes resultados de su gobierno, logró lo impensable, nos decepcionó hasta a los que ya no esperamos nada de él.
El país entero sintonizaba el anuncio con una pequeña esperanza de que el presidente diera un golpe de timón y presentara un plan económico que mitigue las consecuencias de la crisis económica que ya tenemos encima. Pero nos quedamos con las ganas.
La Historia le regaló al presidente la oportunidad de dar un discurso de unidad ante la crisis que vivimos, de reconocer la labor heroica de los y las trabajadores del sector salud que están poniendo sus vidas en riesgo, de cambiar su estrategia ante la crisis económica que hasta su propio partido reconoce que es errada. En síntesis, la oportunidad de tomar el rol de un verdadero jefe de Estado.
Pero ante esta coyuntura, el presidente decidió aventarse uno de sus soliloquios que bien pudo haber sido una mañanera. Optó por dar un discurso plagado de lugares comunes, falacias, confusiones de conceptos básicos de historia y economía. Su principal propuesta para aumentar los ingresos del Estado, eliminar aguinaldos, es una violación a los derechos laborales de miles de servidores públicos además de una barbaridad económicamente hablando —lo que se necesita es aumentar la circulación de dinero y la demanda—, no deprimirla más. Olvidó a los médicos y enfermeros que se juegan la vida todos los días. Y no propuso nada ante la crisis económica que ya estamos viviendo. Lo único que hizo fue redoblar su apuesta por Pemex y sus otros elefantes blancos. Culminó prometiendo dos millones de empleos que nadie sabe de dónde saldrán.
El espectáculo confirmó lo que se comenta, es un presidente cada vez más solo y aislado. Su equipo económico está marginado, Romo no sale ni en fotos y a Herrera no lo invita a las llamadas con los fondos de inversión. Su mismo partido, Morena, lo contradice públicamente. El plan “Acuerdo de Unidad y Solidaridad Nacional”, firmado por Alfonso Ramírez Cuellar, presidente del partido, retoma todas las propuestas que el presidente tacha de neoliberales.
El “no plan” del presidente está compuesto de una serie de fantasías que no hacen sentido y de una realidad imposible de cumplir. Mientras el presidente promete dos millones de empleos, la Secretaría del Trabajo anuncia que solo en marzo se perdieron 346 mil.
Marx escribió, retomando a Hegel, que todos los personajes y hechos de la historia aparecen dos veces, la primera como tragedia y la otra como farsa. En este caso pareciera que la primera fue una tragedia literaria y estamos viviendo la segunda como farsa. García Márquez ya nos contó la tragedia en “El coronel que no tiene quien le escriba”. Este cuento relata la historia de un coronel obsesionado con las ganancias que un día obtendrá con el gallo de pelea que le dejó su difunto hijo. Vende todas sus pertenencias para seguir alimentando al gallo que un día lo hará rico.
Pues el presidente es como el coronel. No escucha a nadie y cree en un futuro ilusorio que a nadie hace sentido. Sueña que sus proyectos van a crear dos millones de empleos cuando la economía está al borde del colapso. Las empresas de todos los tamaños suplican por ayuda y el presidente parece dispuesto a dejarlas morir para seguir metiendo dinero a Pemex y a su refinería.
Y, mientras tanto, los mexicanos somos la esposa del coronel que ve su hogar desmoronarse por los sueños de su esposo. Y, que, desesperada cuestiona los prospectos de este plan y recibe esta respuesta:
-“Si el gallo gana -dijo la mujer- Pero si pierde. No se te ha ocurrido que el gallo pueda perder.
-Es un gallo que no puede perder.
-Pero suponte que pierda.
-Todavía faltan cuarenta y cinco días para empezar a pensar en eso -dijo el coronel.
La mujer se desesperó.
«Y mientras tanto qué comemos», preguntó, y agarró al coronel por el cuello de franela. Lo sacudió con energía.
-Dime, qué comemos.
El coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:
-Mierda.” [nota_relacionada id=959584]
POR JORGE ANDRÉS CASTAÑEDA
COLABORADOR
@JORGEACAST
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