De existir ese Dios al que tanto imploramos, pero que nunca vemos, seguramente está con los malos y no con los buenos. Pero, viéndolo bien: si somos buenos, nos portamos bien y estamos sanos, ¿para qué lo queremos siempre junto a nosotros? Sin importar si somos católicos, protestantes o pertenecemos a una secta religiosa modernista, no debemos olvidar que todo el pensamiento y comportamiento humano gira en torno a un solo Dios: ¡El creador del universo y de todas las cosas!
Amable lector: tenga siempre presente que una cosa es simpatizar con determinada ideología o creencias religiosas, que en ocasiones llegan, incluso, a limitar y hasta privar al creyente de muchos placeres de la vida, y otra que esté plenamente convencido de que nadie está antes, ni después de Dios. No se deje sorprender, engañar o peor aún: no permita que otros influyan en su vida al grado de modificar su forma de ser, pensar y actuar. Que no le “laven el cerebro”. En la religión católica, Jesucristo, el Hijo de Dios, nunca dijo barbaridades ni clasificó a sus semejantes.
Según la religión católica, Jesucristo vino al mundo enviado por Dios para tratar de redimir a los malos, pero no lo consiguió; de ahí que tal vez siga con ellos y por eso no está con los buenos como tanto se desea. Pero reflexionando al respecto, debemos convencernos de que, obrando bien, todo estará bien; que a veces nos toca sufrir, bueno, pues aceptemos que es parte de la vida. Dios solo socorre cuando es necesario, pero no concede deseos ni caprichos que enferme aún más a quien se los pide.
Esa ineludible fuerza del mal, que no es más que parte del equilibrio del comportamiento humano, jamás será vencida, por el contrario, se acrecienta cada vez más hasta llegar al otro extremo de la equidad en el que buenos y malos compartan el mismo mundo sin reclamo alguno. Afortunadamente, hasta hoy los malos han sido pocos; sin embargo, esos “unos cuantos”, ya sean gobernantes fascistas, dictadores, delincuencia organizada y hasta delincuentes comunes, han sido el flagelo de la humanidad casi desde su aparición en este rincón del universo. ¿Acaso están también en su derecho?
Pero, ¿se ha puesto a pensar, amable lector, qué sería de la humanidad si todos fuéramos malos? O, ¿qué sería también si todos pensáramos igual y fuéramos buenos? De ahí que al igual que los animales y hasta la mujer, que no hace mucho se creía complemento del hombre, la maldad sea considerada como parte del equilibrio de la coexistencia de los seres vivos. El malo, más que un enfermo o maleducado, es casi un predestinado obligado a cumplir con su misión que la naturaleza le ha encomendado. Difícil de reconocer y aceptar, pero así es. Sabio o ignorante, la condición humana no pierde su esencia, se conserva intacta.
Jesucristo estuvo entre nosotros, y como prueba de su evangelio, pudiendo salvarse de la ira de los malos, se entregó, y con su sacrificio dio muestra de bondad para con sus semejantes. Ese sacrificio, que según la Iglesia Católica fue para salvarnos, es malinterpretado, porque Jesús no dijo que lo hacía por eso. Él también fue víctima de los malos y con ello se confirma que el mal es, ha sido y seguirá siendo parte cotidiana de la humanidad hasta el fin de nuestros días. ¿Cuánto tiempo llevamos y no hemos aprendido a convivir? Por el contrario…
El hijo de Dios no vino a salvarnos de los malos, sino a recordarnos su existencia y a darnos una lección de cómo convivir con ellos. Todos somos hijos de Dios y nadie está libre de pecados. El perdón es para todos, tal como lo hizo Jesús y el Papa Juan Pablo II al perdonar a sus verdugos. Si Dios no está siempre con los buenos, es porque saben cuidarse solos, y a los malos hay que cuidarlos y cuidarse de ellos.
[nota_relacionada id=960173]POR DIEGO ALCALÁ PONCE
COLABORADOR
DIEGOALCALAPONCE@HOTMAIL.COM
eadp