Obesos, diabéticos, hipertensos, enfermos renales, pacientes con cáncer y otros enfermos del país son los débiles frente al COVID-19, con quienes el virus se ensaña al matarlos, enviarlos a terapia intensiva o confinarlos en la pandemia. A pesar de que las características de sus males son distintas, suelen compartir un dato en sus expedientes clínicos: son o fueron altos bebedores de refrescos, factor determinante para sostener el deshonroso primer lugar en el mundo como consumidores de ese tipo de bebidas.
El país es también por eso, número uno en obesidad y diabetes.163 litros de refresco al año toma en promedio el mexicano, muy por arriba del estadounidense, quien bebe 140 litros. Estados Unidos está siendo azotado por la epidemia del COVID19 al colapsar su sistema de salud y provocar un desastre financiero ni siquiera visto en la Guerra Fría. La nación de Donald Trump es desde hace días el primer lugar de contagios y muertes por coronavirus.
Los países que menos gaseosas consumen, de acuerdo con estudios de la UNAM, universidades de EU y de la propia OMS, son Portugal, Japón y China, epicentro de la pandemia, donde en poco tiempo las autoridades lograron aplanar la curva, en gran medida por la buena salud de su población. En América Latina, no se diga en el país, el consumo inmoderado de refresco parece que es y será el responsable de la Tormenta Perfecta de las sociedades.
Desde hace 20 años doy seguimiento periodístico a los trabajos legislativos en el Congreso de la Unión. He visto debates intensos entre representantes de los partidos sobre el consumo de refrescos y los daños a la salud y a la economía, sobre todo del sector salud porque millonarias partidas del presupuesto se canalizan al IMSS, ISSSTE y otros hospitales públicos para atender todas las enfermedades relacionadas a las bebidas azucaradas. Muchas veces cabilderos de las trasnacionales, sobre todo de los refrescos de color negro, después de reuniones en privado con legisladores salían chiflando en señal de triunfo porque lograban echar abajo las iniciativas para regular la venta. Por eso no se debe culpar del todo al consumidor, quien luego enferma de muerte.
En 2003, cuando fui a Metlatónoc, Guerrero, a conocer la forma de vida de sus habitantes luego de que la ONU ubicara a ese municipio como el más pobre del país, debido a que comparaba su nivel de desarrollo como el del África Subsahariana, vi a un niño de 10 años en la entrada del pueblo caminando con su hermanita a quien cargaba en su espalda sujeta con un rebozo. A dónde vas, le grité a la distancia. A traer agua, me gritó. El niño todos los días andaba una hora para traer una cubeta para el consumo familiar. En la tienda de la esquina, sin embargo, había Coca Cola y cuando la gente tenía sed era más fácil beber refresco que subir el lomo de montaña verde y luego descender por sus laderas para llegar al ojo de agua.
[nota_relacionada id=955260 ]***
UPPERCUT: Mañana segunda parte. Total de enfermos por categoría. Presupuestos del Estado para enfrentar enfermedades y campañas de publicidad de refresqueras, las por cierto no paran su producción ni en pandemia.
POR ALEJANDRO SÁNCHEZ
CONTRALASCUERDASMX@GMAIL.COM
@ALEXSANCHEZMX
lctl