Sí: las grandes crisis, como la pandemia, empequeñecen a unos y hacen que otros crezcan.
En México, no hay manera de discutirlo, el coronavirus le ha pegado durísimo a la imagen del Presidente. Su racha no era buena: el Culiacanazo, las protestas de las mujeres, el desastre (pre virus) de la economía, los 35 mil millones de dólares de pérdidas en Pemex.
Pero lo del COVID-19 ha sido un retrato de cuerpo entero: empezó por negar la gravedad de la situación; luego recomendó que nos abrazáramos; dio el ejemplo en giras con mordiscos en el cachete incluidos; sacó los milagritos; hizo el papelón del G 20, y fue a saludar a la madre de El Chapo.
Ya es una figura global: le han tundido en The Guardian, en el Washington Post, en la televisión española… No lo pueden creer.
Y es que cuesta trabajo. A la hora de escribir estas líneas, el Presidente, que se habrá enterado de que en Estados Unidos morirán entre 100 mil y 200 mil personas, o del horror en las calles ecuatorianas, andaba por Oaxaca, donde dijo ante un auditorio vacío que estaba optimista. Es el único. En el planeta, quiero decir.
En contraste, otras figuras de la política, cuestionables y cuestionadas, han estado bien.
Son los casos de Claudia Sheinbaum, que organiza discretamente sus recursos, llama a la gente a guardarse, e incluso –Dios la bendiga– nos tranquiliza: no hay ley seca. ¿Ha cometido errores, le pesa la figura del Presidente? Seguro. Pero hay un discurso coherente, una sintonía con el resto del mundo. Algo parecido deberíamos decir de Enrique Alfaro, en Jalisco, y de Mauricio Vila, en Yucatán, con, repito, todas las críticas del caso.
Por supuesto, junto con esas figuras de la política han mostrado buenas hechuras los grandes empresarios y los bancos que donan dinero, los emprendedores pequeños y medianos que hacen lo indecible para salvar sus negocios y a sus empleados, o los ciudadanos que nos quedamos en casa y echamos la mano como podemos a los que están peor.
La última intervención del Presidente fue para decir que no habría apoyos fiscales para las empresas. Que va a salvar a los pobres y a Dos Bocas.
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Es la misma actitud destructiva que con la pandemia, y las consecuencias serán devastadoras: con una crisis mundial de proporciones incalculables, con el antecedente de una economía nacional que destruyó en un año, con los inversionistas ahuyentados por sus “consultas”, está a nada de provocar la desaparición de los empleos de millones y millones de personas.
Este fin de semana tendremos una idea más clara del camino que van a tomar las cosas. Pero es importante que, como con la pandemia misma, empecemos todos a idear formas de, juntos, enfrentar, amortiguar, desactivar en la medida de lo posible –poco, me temo– este sinsentido. Porque los líderes empequeñecidos traen desastres enormes.