Al igual que la monarquía, la democracia no es para pueblos pobres y analfabetas. Es todavía más riesgoso para un pueblo subdesarrollado pretender vivir en democracia cuando la mayor parte de sus habitantes no conoce, a plenitud, sus derechos y mucho menos acepta o reconoce sus obligaciones.
Precisamente, por no ser bien entendida la democracia en nuestro país, es fraccionada en varios partidos políticos, asociaciones o en grupúsculos de líderes inmorales para obtener dinero fácil del erario vía prerrogativas. Y todo porque, según los políticos, así es como hay más libertad para escoger mejor a nuestros gobernantes. ¿Qué despilfarro! Ahora, con la creación de nuevos minipartidos, algunos reciclados, se confirma que no hay nada mejor en el negocio de la política, que la democracia fraccionada. Los partidos políticos no son más que agencia de colocaciones que terminan convirtiéndose en negocios familiares.
Lejos de suprimir esa pesada carga socioeconómica, de tener que mantener esos pequeños negocios, se fomenta la mala costumbre de obsequiar una “franquicia política partidaria” a todo aquél político que la solicite para seguir explotando al país con sus propios recursos. ¡Qué ironía! Y con esto se comprueba que no solo el pueblo es todavía pobre y analfabeta, sino también sus gobernantes que no tienen capacidad sociopolítica y moral para evitarlo. ¡Qué pena! No cabe duda que la democracia fraccionada es un gran negocio en el que los únicos ganadores son los partidos y el eterno perdedor es el pueblo.
Cuanta razón tenía Porfirio Díaz cuando dijo: “al arribar por vez primera a la presidencia, el país estaba en ceros, no había nada; de ahí que arrojar de repente a las masas la responsabilidad total del gobierno habría adquirido resultados que podían haber desacreditado la causa del gobierno libre. Y creo que la democracia, sentenció, sólo es posible en pueblos altamente desarrollados”. Nada más cierto que eso, porque la verdadera democracia no puede darse en el libertinaje, en el analfabetismo, en la ignorancia y mucho menos en un pueblo fraccionado en múltiples facetas sociopolíticas y económicas. Y justamente ese malentendido de la democracia es lo que ahora estamos viviendo al dejar en manos de un grupo de habitantes-no del país-la toma de decisiones en aspectos tan vitales para el desarrollo nacional. Salvo en ocasiones, cuando la ocasión lo amerita, es que, mediante encuesta, se le debe pedir su opinión al país-no a grupos-para proceder en consecuencia. De no ser así, no es democracia, sino“lavarse las manos”, o, mejor dicho, irresponsabilidad gubernamental. ¿Para qué es el gobierno, si no para tomar decisiones que le corresponden como tal?
[nota_relacionada id=946022 ]La ola de violencia que hoy se vive es el más claro indicio de que lo se quiere no es libertad, sino libertinaje bajo la protección de las autoridades. Como van las cosas, puede crearse un vacío de poder que después será difícil remediar. La falta de autoridad para aplicar la ley propicia la ingobernabilidad. El descontento ya es generalizado. Estamos a tiempo…
Desde luego que en todo esto mucho tiene que ver la educación, ese aspecto tan vital al que solo se ponen parches sexenales.
POR DIEGO ALCALÁ PONCE
diegoalcalaponce@hotmail.com
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