“Un grito se eleva desde toda la tierra”. Con este clamor se inició la homilía del Viernes Santo en la Basílica de San Pedro, vacía como nunca se había visto.
Raniero Cantalamesa, sacerdote Capuchino, fue llevando de la mano a los millones que lo escuchaban -desde el hacinamiento de sus hogares-, a descubrir el misterio del sufrimiento. “Acabamos de escuchar”, empezó diciendo, “la narración del mal, objetivo más grande cometido en la tierra: matar a Dios”. Algo incomprensible para el entendimiento humano si tratamos de entender sus causas, se vuelve luminoso si analizamos la maravilla de los efectos de la Cruz de Cristo. Dice San Pablo que por ella fuimos: “justificados por la fe, reconciliados con Dios y llenos de la esperanza de la vida eterna”.
Cristo con su muerte cambió el sentido de todo dolor físico o moral. Al haberlo asumido, la Cruz se convirtió en instrumento de salvación. De la misma manera que se prueba una bebida para demostrar que no está envenenada, Jesús bebió del cáliz del sufrimiento antes que nosotros. Siendo infinitamente bueno, no hubiera permitido que este flagelo cayera sobre la humanidad, si no fuera porque también es poderoso como para sacar un bien mayor, de este terrible mal.
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Los efectos negativos que el coronavirus ha causado a la humanidad están a la vista: millones de contagios, aislamiento, miedo, dolor, pobreza y muerte. Nada tendría sentido si no hubiera efectos positivos que nos libraran de peligros mayores que no somos capaces de ver. Uno de ellos es el delirio de omnipotencia en el que ha caído nuestra civilización. Bastó un virus para recordarnos que somos mortales, que ni el desarrollo tecnológico, ni la fuerza de las potencias más poderosas son capaces de salvarnos. “Así actúa Dios, -continuaba Cantalamesa-, trastorna nuestros proyectos y nuestra tranquilidad para salvarnos del abismo que no vemos. Pero atentos: no es Él quien ha arrojado el virus sobre nuestra arrogante civilización. Dios ES aliado nuestro, NO del virus.” Él dotó a la naturaleza de cierta libertad, imprimiéndole leyes autónomas que siguen su propio cause, cauce que Él mismo respeta. Como también respeta la libertad humana haciendo que concuerde con Sus planes divinos. Finalmente Él es el Señor de la Historia.
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El otro efecto positivo de la pandemia es haber despertado el sentido de solidaridad universal. Es el momento de gritar que basta de la trágica carrera de armamentos. Las grandes cantidades de dinero dedicado a las armas debemos encauzarlas a fines más urgentes como la salud, la alimentación, la lucha contra la pobreza y el cuidado de la creación. No podemos desaprovechar esta oportunidad. Cuando pase, no hagamos que tanto dolor, muerte y trabajo haya sido en vano. Esta es la recesión que más debemos temer. Queremos contribuir a dar un sentido más humano al hombre y a su historia para dejar a la generación que viene, un mundo más pobre de cosas pero más rico en humanidad.
POR PAZ FERNÁNDEZ CUETO
COLABORADORA
PAZ@FERNÁNDEZCUETO.COM
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