Es fácil afirmar que el mundo después del COVID-19 será distinto en muchas formas al que teníamos todavía en enero de este año. Pero nadie sabe cuán distinto, ni en lo político ni en lo económico o lo social.
En lo político, a nivel internacional, existe ciertamente la posibilidad de un cambio de orden, pero también sería correcto señalar que ese paso de un mundo dominado por un hegemón a uno dividido en esferas de poder era previsto ya por algunos especialistas.
La idea de una nueva competencia binaria Estados Unidos-China resulta más fácil de digerir, pero el surgimiento de actores regionales con reclamos propios es inevitable: la Unión Europea, Japón, Rusia, Australia, la India, Irán, Arabia Saudita, Turquía, Brasil, África del Sur, serán quizá los principales –pero no los únicos– jugadores en intentos por establecer esferas de poder que podrían entrelazarse, entreverarse y conducir a juegos de equilibrio que harían ver a la Europa del siglo XIX como una escuela de párvulos.
Hay de hecho preocupaciones por un renacimiento del nacionalismo populista y autoritario.
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Cómo afectará eso a situaciones como la crisis del calentamiento global o el surgimiento de nuevas pandemias, está por verse. Algunos creen que la solución está en el multilateralismo, en una profunda reforma de la ONU y en especial del Consejo de Seguridad. Y ciertamente no sería la única organización necesitada de cambios.
Lo cierto es que la pandemia del coronavirus llevará a cambios con repercusiones a todos nivel.
Véase por ejemplo la situación del petróleo, el oro negro de los siglos XIX y XX que sirvió como base para la generación de energía, el desarrollo del transporte y consecuentemente de industrias como la automotriz. Pero también, con el carbón, es considerado como uno de los piares de la contaminación ambiental.
Sus áreas de producción y su transportación son parte esencial del juego mundial de geopolítica.
Una baja de su importancia como generador de energía, con un renovado interés público y privado en energías renovables como la eólica y la solar, tendría un impacto mayor sobre naciones y regiones que hoy son puntos álgidos. Por lo pronto, sólo como señal de lo que puede venir, la abundancia de petróleo y la falta de consumo tendrán un impacto negativo sobre los precios, ahora a 23 dólares por barril.
Un efecto importante se refleja en la preocupación de la industria automotriz no sólo por los datos en producción y el impacto de una crisis económica sobre el sector, sino por el colapso del mercado de vehículos usados.
El turismo, tan importante para muchos países, perdió ya una de las temporadas más lucrativas del año: el verano del hemisferio norte, y la crisis económica puede posponer que vuelva a los niveles de 2019, cuando representó 8.9 millones de millones de dólares –10.3 por ciento del Producto Bruto Mundial– y 330 millones de empleos.
El mundo cambiará. Nadie sabe cuánto. [nota_relacionada id= 968559 ]
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
JOSE.CARRENO@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@CARRENOJOSE
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