Los últimos acontecimientos nacionales e internacionales ponen a la economía mexicana ante aprietos que bien podrían llevar a un desastre peor que el de la década de los 70, cuando la política estatista de gasto, la inflación, el tipo de cambio y la certidumbre económica rodaron por los suelos, con los consecuentes costos para la población en general.
50 años después, cuando parecía que los problemas de antaño ya habían sido superados, hay un retorno al pasado que apunta a una catástrofe económica, derivada de un paradigma de gobierno basado en propuestas populistas que ya han demostrado su ineficacia.
Como alternativa a la crisis de los 70, en los últimos treinta años se optó por un modelo económico neoliberal eficientista, con la idea de que la mano invisible del mercado pondría todo en su lugar. Pero se ignoraron obvias ineficiencias, como los grandes índices de marginación social (educación, salud, vivienda, etc.) que le impiden por definición trabajar equitativamente.
Eso, y los brutales niveles de corrupción, desembocaron en el Frankenstein de una desastrosa desigualdad social que urge recomponer.
Hoy, como antes, se necesita rescatar de la pobreza a más de 50 millones de mexicanos. Una condición indispensable reside en abatir los altos índices de corruptela a todos niveles, que con un moderno programa de gobierno incluyente —con los sectores privado y social—, reestructure la economía a partir de sus potencialidades.
Urge ahora una más funcional organización política, social y económica, que busque una mayor eficiencia productiva y una equitativa distribución del ingreso.
Más que un México que vea en su pasado el modelo a seguir en lo futuro, se necesita uno reconocido por su sólido Estado de derecho, promotor de la inversión, competitivo, capaz de atraer el interés de grandes corporaciones a producir en el país.
Desafortunadamente, sólo se trata de emular en parte patrones de desarrollo de países que han mostrado lo que se puede hacer a partir de la aplicación de rigurosas políticas públicas, que giran alrededor del esfuerzo social y comunitario.
Es el caso de muchos de los países del sureste asiático, como Corea del Sur, Singapur, Malasia, Tailandia y otros más rezagados que en base a esforzadas políticas públicas y privadas se han incorporando en el tiempo, mientras otros como Vietnam y Camboya que cada vez apuntalan más su presencia en el mundo.
México no puede seguir en debates sobre el esclarecimiento de temas inconclusos del pasado o politiquerías hacia el futuro, sin tener una clara estrategia de su destino. Lo primordial es adoptar una visión de país del siglo XXI: moderno, abierto al mundo, promotor de certidumbre y honestidad que destierren malas prácticas y permitan la cabal explotación de sus potencialidades.
La actual desestabilización a nivel mundial ofrece una gran oportunidad para que México muestre un gran proyecto de certidumbre hacia el futuro. [nota_relacionada id=964817]
POR AGUSTÍN GARCÍA VILLA
ANALISTA ECONÓMICO
ORBE@HERALDODEMEXICO.COM.MX
eadp