Nuestra república vive una doble crisis ocasionada por lo que se ha convertido en el máximo temor de la humanidad, al menos de los últimos tres lustros: el coronavirus. Son las crisis simultáneas de la contingencia sanitaria y el paro económico. Y son de tal magnitud, que han puesto a temblar los cimientos de la gobernabilidad y la gobernanza.
Ante la danza incontrolable de cifras acerca de casos confirmados y sospechosos de contagio, muertes, sospechas razonables de subregistros por falta de pruebas de diagnóstico, y una presión de la ciudadanía hacia las autoridades para encontrar soluciones inmediatas, se ha desatado una especie de competencia política entre los distintos órdenes de gobierno para implementar políticas agresivas que contengan el crecimiento de esta pandemia.
Mucho se habla sobre el impacto que tendrá la problemática en la aceptación de López Obrador, si se ha reaccionado o no con rapidez y profundidad, de las estrategias anunciadas por algunos gobernadores para contrastar lo realizado por el gobierno federal, y de cómo impactará el COVID-19 en la alineación de fuerzas políticas en 2021 y 2024.
Sin embargo, lo que está en juego va mucho más allá de ello. Está en riesgo el orden social y arquitectura institucional para hacerle frente a este desafío. Recordemos la filosofía de Albert Einstein, para quien “la crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países porque trae progresos… la creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias…”.
Son este tipo de coyunturas las que pueden elevar a los verdaderos estadistas y líderes sociales, o desenmascarar a los impostores y oportunistas que buscan acomodarse a los tiempos difíciles con un ánimo propagandístico, aprovechándose de la comprensible angustia que permea en nuestra sociedad.
Están claros los retos que los poderes públicos tienen que resolver en lo inmediato: evitar el colapso de los sistemas de salud, salvar el mayor número posible de vidas, y “aplanar la curva” para que la tasa de contagios no incremente de manera acelerada, y aplicar programas económicos de rescate visionarios que logren resucitar las actividades productivas y proteger la mayor cantidad de empleos.
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En algún momento tendremos que salir de esta crisis. Más nos vale que, cuando pueda empezar a verse la luz al final del túnel, pongamos a debate no sólo quiénes cumplieron con su mandato y quiénes quedaron a deber, sino nuestro pacto social: la forma en que gobernantes y gobernados, representantes y representados, interactuamos y asumimos nuestras respectivas responsabilidades para que exista un futuro posible, y que ese futuro no decepcione a los que vienen detrás de nosotros. Empecemos a imaginarlo.
POR JESÚS ÁNGEL DUARTE
COLABORADOR
@DUARTE_TELLEZ
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