La Plaza de San Pedro en El Vaticano es uno de los lugares más visitado del mundo; anualmente llegan hasta ahí cerca de veinte millones de personas; entran a la Basílica, recorren los Museos Vaticanos, atienden la audiencia Papal en el Aula Paulo VI, admiran La Pietá y la Capilla Sixtina. En ocasiones especiales, como la sucesión papal, o en Pascua y Navidad, la Plaza alberga hasta a 300 mil personas. Todos los caminos llegan a Roma… y a la Plaza de San Pedro.
La figura solitaria del Papa Francisco, caminando bajo leve lluvia por la Plaza vacía y el silencio como compañía, al atardecer del viernes 27, fue sobrecogedora; sin visitantes, sin cámaras, sin aglomeraciones, con millones de espectadores de todo el mundo siguiendo el acto. Algo nunca visto.
La pandemia del coronavirus, extendida a nivel mundial, suscitó en el sucesor de Pedro la iniciativa de llevar a cabo un evento único en la historia, dar la bendición Urbi et Orbi - a la ciudad y al mundo – para invocar la misericordia de Dios y librarnos del mal que aqueja a ya prácticamente todos los países.
Esta es una bendición especial, impartida por el Romano Pontífice exclusivamente en Pascua y Navidad, desde 1949 en que el Papa Pío XII inaugurara esta tradición. Nunca en la historia se había dado en momento distinto, y mucho menos, en circunstancias tan particulares; ante una Plaza desierta, por los medios de comunicación, a todos los hombres y mujeres del mundo.
Si bien para los católicos el momento culminante de esta celebración, que duró aproximadamente una hora, fue la bendición con el Santísimo Sacramento, no cabe duda que el mensaje del Papa previo a ésta es una llamada de atención y un bálsamo de esperanza, un acicate a la fe adormilada, y una reflexión que llama a la caridad.
Se refiere el Papa al capítulo IV del Evangelio de Marcos, cuando los apóstoles que acompañaban al Señor en la barca le suplican que calme la tormenta en el Mar de Galilea, porque la barca se hunde. Jesús calmó el viento y las aguas y preguntó: “¿por qué tenéis miedo? ¿aún no tenéis fe?”.
Y el Papa reflexiona, refiriéndose a la pandemia que nos agobia: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas…”, y recuerda que los hombres “no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo.”.
Lo que hoy sucede en el mundo, y en México, requiere corresponsabilidad y disciplina. Todos estamos en la misma barca, nunca antes lo habíamos visto con tal objetividad: nadie se salva solo. El Papa propone una mirada trascendente que nos marca el rumbo: solidaridad y esperanza, para dar sentido a estas horas donde todo parece naufragar.
¡Hagamos cada quien lo que nos toca, ahora! [nota_relacionada id=940117]
POR CECILIA ROMERO
COLABORADORA
@CECILIAROMEROC
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