¿En qué mundo estamos?

En los últimos días hemos observado cómo la batalla entre Estados Unidos y China ha pasado de la búsqueda por la supremacía económica y tecnológica a un terreno de acusaciones, propaganda y golpes bajos. Mientras que las autoridades chinas culpan a militares estadounidenses de importar el COVID-19, el presidente Trump lo ha denominado “el virus chino”.La tardanza del gobierno de Xi Jinping en reconocer la crisis sanitaria provocó su propagación y, en su país, más de 80,000 contagios, más de 3,000 muertes y, según Capital Economics, una contracción del 20% del PIB en el primer trimestre del 2020. No obstante, parece ser que las medidas draconianas adoptadas por el mismo fueron efectivas y China ha logrado, en tan sólo 10 semanas, contener el contagio del COVID-19.
Algunos expertos afirman que el gobierno chino quiere aprovechar la crisis que se avecina en Estados Unidos para fortalecer su propia posición global, así como magnificar los beneficios de su sistema autoritario. No cabe duda que un modelo autoritario es más eficiente en destinar amplios recursos a proyectos específicos. El mundo entero quedó asombrado al ver como se construía un hospital en tan sólo 10 días. Pocos observaron la otra cara de la moneda. Corresponsales estadounidenses fueron expulsados luego de revelar abusos de las autoridades. Sin embargo, se filtraron videos donde autoridades separaban a niños de sus padres para posteriormente trasladarlos a gimnasios adaptados donde recibían atención médica. 


No cabe duda que la inicial falta de planeación y liderazgo de la administración Trump ante la inminente crisis de salud pública y económica dejó mucho que desear; por ende, la mayoría de los estadounidenses hoy cuestionan su reelección en las elecciones de noviembre. No obstante, la gran diferencia es que bajo el modelo de pesos y contrapesos, cuando el ejecutivo falla, no falla todo el sistema. 
En Estados Unidos se han utilizado las herramientas e instituciones disponibles para demandar que su líder actúe de manera adecuada. La prensa critica los errores pero abre espacios a expertos para educar al público; los empresarios apoyan a sus empleados y buscan soluciones innovadoras en las cadenas de suministro; la sociedad civil ofrece alimentos a niños de escuelas públicas que se quedaron en casa; el Congreso, aunque dividido, se une para pasar paquetes de estímulos trillonarios para suavizar el impacto económico; el Banco Central inyecta liquidez al sistema financiero; los hospitales se preparan para el peor de los escenarios; los militares están en alerta total y; los gobiernos estatales se hacen responsables. ¡Qué privilegio! 
 Aún es temprano para saber cual será el impacto real y las consecuencias secundarias de la pandemia.  Los pronósticos son aterradores.  Pero si la historia nos sirve de guía, es un error apostar contra de un modelo que empodera a su ciudadanía y valora el Estado de Derecho. Para nuestra desgracia, en México tenemos un presidente que le apuesta a los amuletos. Aún no hemos visto de que están hechos nuestros empresarios, líderes políticos y sociedad civil. ¿Podrán compensar la falta de liderazgo y disminuir el impacto que tiene una sola persona en el acontecer nacional? ¡Ojalá! Pues de lo contrario, tendremos lo peor de dos mundos.

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POR MARIANA CAMPERO
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