Shinzo Abe, primer ministro de Japón, así como el presidente en turno del Comité Olímpico Internacional, Yoshiro Mori, después de una larga reticencia anunciaron que los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 se celebrarán hasta el próximo año. Las razones esgrimidas fueron, en principio, proteger la salud de los deportistas, así como que ellos no habrían podido entrenar lo suficiente para llegar en su mejor forma a la fiesta de unión y deporte de la humanidad.
Algunos atletas efectivamente así lo habían manifestado, mientras que otros han visto truncado el entrenamiento especial en el cual ya estaban inmersos. Se impusieron los argumentos de los primeros.
Los Juegos Olímpicos generarían tan solo para la nación del sol naciente la friolera de 6,500 millones de derrama económica, más lo que recibirían por parte del COI por la transmisión de la justa. Hoy se calcula que, solo por el COVID-19, el PIB de Japón caerá 1.4% este año.
Dicha competencia representa, además, ganancias multimillonarias para las cadenas que la transmiten, las marcas que la anuncian, para los atletas que resultan vencedores obteniendo patrocinios, para la industria turística (desde restaurantes, hoteles, cruceros, vuelos, tours, museos, etc.) y para toda la industria de la parafernalia y souvenirs, dentro y fuera de Japón. Ello sin olvidar que los atletas ganadores también reciben estímulos económicos de parte de sus respectivas federaciones.
Si se trataba de un magnífico empujón a la economía mundial (además de una necesidad para celebrar para todo el mundo), ¿por qué se está cancelando? ¿No resulta más bien un aviso de que la pandemia durará más de lo previsto?
Japón siendo una de las economías más importantes a nivel mundial trató lo indecible para que no se pospusiera el magno evento. Para enfrentar el COVID dispuso ya de dos paquetes de apoyo económico. El segundo de ellos por cuatro mil millones de dólares para dar empuje a las pequeñas y medianas empresas, además de reducir la carga fiscal de las mismas. Y ya se anuncian otros más.
Es de notar que, mientras eso pasa en Japón, en México López Obrador compartió en su mañanera del día 24 que “tenemos 400 mil millones en caja, en Hacienda, ahorrados porque ya no hay corrupción”. No hizo, sin embargo, anuncio alguno de cómo se utilizaría ese dinero o de dónde proviene este exactamente (no aparece en los balances que se presentan ante el Congreso o la Auditoría Superior de la Federación).
Tampoco se ha anunciado en Mexico el despliegue de algún tipo de apoyo a los empresarios o mecanismos de incentivos fiscales para ellos, así como para las personas físicas que en estos momentos son acreedores.
¿Cuál es el plan en México por parte del gobierno federal para afrontar la terrible realidad? Si se contara con los 400 mil millones en caja, ante la contingencia sanitaria y económica por la cual atraviesa el país, sería el mejor momento de utilizarles y apoyar a los empresarios (pequeños y medianos) para que estos, a su vez, puedan capotear el temporal y apoyen a sus empleados.
En los Juegos Olímpicos todos los países se enfrentan en sana competencia, bajo la idea de mandar a sus mejores atletas para llegar más alto, más lejos y más rápido. Como países, a sus atletas se les apoya en todo. En la crisis económica mundial, las naciones también están apoyando a sus empresas (grandes y pequeñas) para sobrevivir a la adversidad como una manera de ayudar a la clase trabajadora. Tristemente, en nuestro país no hay asomo de eso. [nota_relacionada id=932255]
POR VERÓNICA MALO GUZMÁN
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