Un sector de la clase media y alta ubicado en el decil 10 (el de mayores ingresos) se ha instalado en un discurso que puede resumirse en: paremos todo y entremos en toque de queda.
Si bien es cierto que hasta ahora las medidas de alejamiento social son las más exitosas para modificar la curva de crecimiento exponencial de contagios por COVID-19, la receta seguida por naciones europeas no se puede aplicar a un país con 50 millones de pobres.
No es lo mismo exigir confinamiento con una cuenta de banco para subsistir varias semanas, luego de tener una alacena retacada de glucosa, grasas y lípidos, que cuando se vive literalmente al día.
Mientras para ese sector acomodado la preocupación es tener que prescindir de quien llaman su “muchacha” (para colmo ahora mismo se están preguntando si deberá continuar pagándole durante la contingencia), el panorama para 60% de trabajadores informales en México no es el mismo.
El sábado salí a la Alameda a conversar con vendedores ambulantes. Ese día habían ganado apenas una quinta parte de lo que perciben normalmente. Si no pudieran salir a trabajar, me dijeron, podrían aguantar entre dos días y una semana, no más. Un organillero fue más tajante: “Si yo no salgo un día, me muero de hambre”. Casualmente, el grueso de quienes hoy exigen seguir el ejemplo de los europeos ante esta crisis, sea necesario o no, son los mismos que se oponen a pagar más impuestos, ampliar los programas sociales y rechazan los esfuerzos del gobierno por crear algo que muy tímidamente busca parecerse al régimen de bienestar de esos países por los cuales profesan admiración selectiva.
[nota_relacionada id=929555 ]Si la demanda por parar la economía y encerrarnos en casa (los que tenemos casa y servicios que permitan el encierro) fuera al menos acompañada de un reclamo por ampliar decididamente el presupuesto destinado a los programas sociales, otro gallo cantaría. Para ellos, sin embargo, todo lo que sean programas para beneficiar a los más pobres es sinónimo de “clientelismo”.
Hasta ahora, el único actor político que ha perfilado una estrategia más o menos pensada hacia los más pobres es ese horroroso populista que despacha en Palacio Nacional.
Y aunque ese señor ha tardado en reaccionar y no ha sabido poner el ejemplo con gestos básicos, y a pesar también de no saber hablarle a la clase media, es de los pocos que le está hablando al “pueblo”, a la mayoría. Les está diciendo que no pararemos antes de tiempo sólo para darle satisfacción emocional a una minoría y que adelantará programas sociales, especialmente los destinados a los adultos mayores.
Las medidas que han instrumentado los países europeos tienen que ver con su realidad, con factores como el clima, e incluso con la cantidad de adultos mayores que existen en esas naciones, también con sus posibilidades. Exigir medidas europeas con instituciones, impuestos y niveles de pobreza como los de México es de un oportunismo cínico.
POR HERNÁN GÓMEZ
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