El Presidente, que había demostrado ser experto en leer a la opinión pública, conectar con la ciudadanía, hablarle a la mayoría y guiar la conversación, luce ajeno a la emergencia sanitaria que vive el mundo por el COVID-19.
A estas alturas está claro que, en dos vertientes determinantes, la aplicación de pruebas y el distanciamiento social, AMLO y su gobierno van en contrasentido al mundo entero, comenzando por lo dicho desde la OMS que recomienda justo lo que desde México no se instruye: mayor aplicación de exámenes para detectar contagios y distancia entre personas.
El Presidente apuesta a que la pandemia no llegue con la fuerza que ya ha demostrado, a nuestro país. Se ríe, vacila con la emergencia. Presume amuletos. Evade la aplicación de antibacterial. Saluda de mano, abraza y se deja abrazar. Sigue con su agenda y actos públicos. “Malhumorados” llama a quienes lo critican por la ligereza de sus palabras que, en plena contingencia sanitaria, rayan en irresponsabilidad.
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De la laxidad de los dichos a la falsedad en ellos, hay un paso. El encargado de la emergencia, Hugo López-Gatell ha extraviado el rigor. Anulado por su jefe, pasa de opiniones científicas para explicar las fases de la situación a los caprichos presidenciales, para blindar a López Obrador de acciones simples, como no reunirse con ríos de gente o no saludar ni besar, gracias a que tiene “fuerza moral y no de contagio”; de la evidencia al tanteo.
En el camino, se desinforma. Se generan rumores en lugar de acotarlos. La columna vertebral del sexenio, la comunicación, se desmorona porque los voceros parecen perder contacto con la realidad. La emergencia –que se acompaña de información- global, abre márgenes, para que la contención local sea insuficiente y termine por desbordarse ante el panorama internacional al que todos, lo mismo en redes que en plataformas tradicionales, estamos expuestos.
Los vacíos de información no se llenan con una conferencia por la noche y pinceladas en la mañanera. Faltan voces, expertos, claridad, certeza, contundencia y rigor.
El Presidente es el mayor obligado a tomarse en serio la emergencia sanitaria. A él lo siguen millones. Millones creen en sus palabras y dirán lo que él diga; replicarán lo que él haga. Aun así, López Obrador anula las recomendaciones de la OMS, las desoye y contradice.
Con su actuar, desactiva sus propios resortes dentro del gobierno, complica el escenario de lo que viene y agrava una crisis que, si no se toma en serio, puede resultar inmanejable para su administración y, de paso, minar todos los cimientos de su 4T. Porque la emergencia en salud se acompañará de una complicación más profunda y aún más difícil de calcular y cuantificar, la económica. Y ahí, parece, el Presidente y su equipo están todavía menos preparados.
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POR MANUEL LÓPEZ SAN MARTÍN
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