El porqué

Grandes eventos deportivos han sido cancelados, muchos amigos y compañeros están en aislamiento, intentamos practicar la sana distancia tomando medidas salubres y de distanciamiento social y, en general, a muchos nos ha cambiado la rutina diaria.

Con ausencia de información deportiva, he reflexionado sobre qué me une a estos eventos y, en particular al futbol. No es un cuestionamiento nuevo, pero me gustaría compartir con ustedes parte de mis conclusiones.

El deporte es alegría, libertad y amistad. Cuando niño seguía las indicaciones de mis padres y mis maestros todo el día, esperando que llegará el momento para salir a jugar al patio de mi casa o escuela y tener la oportunidad de compartir el balón con mis hermanos, primos y amigos. Ese tiempo era sólo nuestro y podíamos hacer algo que nos gustaba y nada más. En ese punto la emoción nos embargaba y nos rebasaba. Ahí estaba la felicidad total.

El deporte es admiración y transfiguración. En la tele y en los estadios veía al Cruz Azul y el América que dominaban el deporte nacional. Los jugadores hacían movimientos y jugadas increíbles que me llenaban de admiración. Miguel Marín era mi héroe personal. Tras mirar sus jugadas corría a la cancha y trataba de replicar el movimiento, la atajada. En mi mente infantil era posible convertirme en él.

A mis compañeros de juegos les pasaba igual, cada uno elegía un personaje. El patio ya no era un jardín terroso, era el Estadio Azteca. No éramos niños jugando, éramos Eladio Vera, Fernando Bustos, Carlos Reinoso y Enrique Borja haciendo las jugadas, anotando los goles, siendo historia.

El deporte expande el mundo. Poco a poco llegaron a México las imágenes del futbol internacional. Ver lo que Johan Cruyff era capaz de hacer me impactó. En ese momento era muy complicado conseguir imágenes o videos de juegos, pero investigaba y consumía con voracidad las noticias que podía conseguir, sobre todo, escritas.

Así, por la lectura, por las fotos, conocí a La Naranja Mecánica y su particular forma de juego. Su historia, las ideas que sustentaban el estilo, a Rinus Michels que después de Holanda fue a sembrar su semilla en Barcelona. De ahí mi afición al club culé. Era otra forma de entender el deporte, más cerebral, más de pensar y de reflexionar, pero, refrescante, porque gracias a él sabía que había mucho mundo fuera de las fronteras y de mi vida cotidiana.

El deporte es belleza. La tele trajo también la transmisión de los mundiales y ahí encontré la Francia de Platini, en los Mundiales de 1982 y 1986. Fue nuevo para mí descubrir estética en el deporte, algo más allá de lo indispensable para resolver un juego con pragmatismo. Con más madurez entendí que el futbol me ofrecía más que la satisfacción inmediata de la victoria.

Nunca como entonces noté que la derrota está llena de lecciones. Es imborrable la impresión de aquella caída en tiempos extras de Francia ante Alemania en el Mundial de 1982, y también la reivindicación que fue ganar la Eurocopa en 1984.

A muchos nos pasaba algo similar y cuando Hugo Sánchez se fue al Madrid y triunfó al lado de Míchel y Butrageño, conocimos el orgullo de que México figurara entre los mejores e inició la esperanza de, algún día, tener un equipo nacional de nivel mundial.

A la par conocí al Napoli de la mano de Maradona, y con eso al futbol italiano, con su personalidad única. Ya en los 90’s el Milan de Arrigo Sacchi, Van Basten, Gullit y Rijkaard.

El deporte es familia y amigos de siempre. Los 2000 trajeron para mí otra experiencia: compartir mi amor por el deporte con mis hijos. No se puede describir lo que es llevar a tus niños por primera vez al estadio de tu equipo o enseñarles las reglas de un juego por televisión, o en el patio de sus abuelos donde tú creciste también.

Ahora, con la necesidad de cuidar nuestra salud y la de nuestra familia, es vital entender que muchas cosas que amamos se ligan con los que nos importan y por ello debemos hacer un esfuerzo para seguir disfrutando juntos de la maravilla de compartir.

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POR GUSTAVO MEOUCHI
GUSTAVO_MEOUCHI@YAHOO.COM
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