Lo más valioso para un gobierno es la confianza de su población. Sin ella, el gobernante más honesto es un ladrón y el más eficaz, un inepto. Cuando el virus de la desconfianza se expande, no hay vacuna posible. Sólo existe el control de daños, el cuidado paliativo. Sin embargo, un buen manejo de crisis puede incluso revertir la opinión pública e impulsar la reputación de un gobernante, devolver la confianza. Es el equivalente al buen tratamiento médico y está compuesto de una narrativa inteligente acompañada de acciones. No hay terreno más apropiado que el político para hacer realidad la frase “crisis es oportunidad”.
Hoy el gobierno de López Obrador tiene una crisis y una oportunidad. De la respuesta a la epidemia del COVID-19 dependerá su reputación por el resto del sexenio. La emergencia marcará su destino. Si falla, veremos caer aún más la aprobación del Presidente (las encuestas indican una caída de 20 puntos desde su punto más alto). Si acierta, saldrá fortalecido.
Hay un aspecto clave para enfrentar satisfactoriamente la emergencia, y es tener una buena comunicación gubernamental. Sin información veraz y sin las acciones de un líder que proyecte confianza, el pánico puede apoderarse de la sociedad. ¿Qué tenemos hoy en México al inicio de esta crisis? Información aparentemente veraz, pero un liderazgo sin confianza.
El principal error del Presidente ha sido delegar la conducción de la comunicación a un vocero, con el argumento de que sean los “técnicos” los que encabecen la toma de decisiones y decidan, con criterios científicos, la actuación apropiada. Aparentemente esto sonaría razonable, de no ser porque lo que se percibe es un mandatario ausente, al que le incomodan las crisis que no puede controlar. Y en comunicación política la percepción es realidad. México hoy necesita un líder coordinador de la estrategia global del gobierno, alguien que proyecte fuerza, decisión y valentía. Que convoque a todos los grandes actores políticos, sociales y privados. Alguien que una. Al negarse a encabezar la lucha contra la epidemia, el Presidente ha generado un vacío de poder que contribuye a la incertidumbre.
Otro aspecto que ha contribuido a la percepción de falta de liderazgo, ha sido la lenta intervención de las autoridades a la emergencia. Ciertamente, esta es una discusión mundial. El propio Trump ha sido acusado de minimizar la dimensión de la epidemia y reaccionar con lentitud. Otros gobiernos que han reaccionado radicalmente han logrado contener la epidemia. Las autoridades mexicanas, amparadas en la experiencia de 2009 con la influenza H1N1, insisten en que aplicar medidas radicales demasiado temprano puede agotar a la sociedad y afectar gravemente la economía. Sin embargo, cualquier manual de contención de crisis indica que es mejor sobrerreaccionar.
Así, la crisis del coronavirus se mezcla hoy en México con el virus de la desconfianza. Las decisiones polémicas de López Obrador, su gusto por rebelarse, por hacer las cosas a su manera, ponen en riesgo hoy no sólo el bienestar de la población, sino la propia salud pública.
[nota_relacionada id=868435]POR SERGIO TORRES ÁVILA
COLABORADOR
@SERGIOTORRESA
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