José de Jesús Orozco Henríquez, integrante del Consejo Consultivo de la CNDH, entregó a Mónica Fernández, presidenta del Senado, su carta de renuncia a la Comisión. En la misma acusa a Rosario Piedra, la ombudsperson nacional, de obstruir dicho Consejo, violar la ley y, por si fuera poco, no atender las quejas sobre derechos humanos que presenta la ciudadanía.
Aun sin conocer las pruebas que anexa en la renuncia, la epístola que ya es pública resulta seca y fulminante. Menciona algunas obviedades del conocimiento público, pero al quedar manifiestas en la carta, se subraya la ausencia de la presidenta de la CNDH de sus funciones.
Orozco Henríquez señala el rezago que, en fechas recientes, enfrenta la CNDH en la prevención y erradicación de la tortura, en la atención a migrantes, periodistas y defensores de derechos humanos, así como en el acceso a la salud y abasto a las medicinas, por citar algunos rubros.
Nótese que su primera señalización es el rezago; acepta de antemano un problema yacente de la propia Comisión y la cual, se entiende, él pensaba que Piedra Ibarra haría por cambiarlo. Después temas por todos conocidos, graves y trágicos, que no por comunes y cotidianos dejan de ser terribles.
Se sabe que la CNDH no tiene fuerza coercitiva para que sus recomendaciones se tomen en cuenta. Pero también es cierto que muchas veces las mismas, con sólo formularlas o plantearlas, llevaba a las autoridades a tomar providencias para subsanar el daño o, al menos, aparecían amonestados por una instancia autónoma, con el valor civil y la razón constitucional de su lado.
La renuncia de un integrante del Consejo de la CNDH, mas no el primero en los altos órganos de dirección de la Comisión, debería ser recibida con preocupación. Se antoja que la dimisión no le sea aceptada a Orozco Henríquez y que siga como parte del Consejo. Pero, seguramente, la dificultad sería avalar acciones y omisiones que para él vulneran a la CNDH y van contra su mandato constitucional.
Si alguien dentro del órgano autónomo considera a la renuncia de Orozco Herníquez como un triunfo de la nueva administración, es un error; finalmente, las voces discrepantes son necesarias y deben ser bienvenidas. Quien quede como suplente deberá reincidir en los señalamientos del hoy exintegrante. Tristemente, algunas veces la última forma de protesta que queda es renunciar y, con ello, señalar todo lo que sigue sin atenderse.
Es una lástima que una persona con conocimientos, como se supone es Rosario Piedra, quien ha enfrentado al sistema por ser víctima del mismo, estando hoy en una posición donde podría defender y velar por otros prefiera hacer el triste papel de un elemento que pasa desapercibido, cuando podría ser la “piedra” en el zapato de un régimen y guarecer y mejorar la defensa de los derechos humanos.
A la presidenta de la CNDH, en lo que va de su mandato, se le ha visto una sola vez en la calle, protestando públicamente. Su silencio e inacción se han vuelto en una piedra, sí, pero que hunde y calla los reclamos de la población ante la vulneración de sus derechos humanos.
POR VERÓNICA MALO GUZMÁN
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