Más allá de quién gane la presidencia en Estados Unidos, la elección que acaba de suceder demuestra una vez más los enormes problemas de su sistema electoral, uno de los más complejos y arcaicos que existen en el mundo, y que contrasta con el mexicano, que muchas veces tomamos por descontado y no valoramos.
En Estados Unidos no existe una autoridad electoral central encargada del proceso, ni hay leyes generales, sino que son los gobiernos de los Estados y municipios quienes se encargan de organizar las elecciones. Esto crea profundas disparidades, pues en algunos casos las autoridades pueden dedicar suficientes recursos para la organización electoral, pero en otros no, dependiendo de su presupuesto local.
Además, no hay esquemas unificados para votar: en cada lugar se utilizan diversos tipos de mecanismos y métodos; en algunos casos los electores reciben un comprobante de su voto, pero en otros no. Tampoco cuentan con una credencial universal para identificarse como votantes que sea segura, lo cual crea múltiples problemas, desde personas que no aparecen en la lista nominal hasta otras que aparecen más de una vez.
Para colmo, no hay un sistema unificado de conteo que ofrezca resultados oportunos; por eso algunos estados, como Florida, logran contar los votos en unas pocas horas, mientras en otros estados este proceso puede tardar hasta semanas.
Esto debería hacernos valorar el sistema electoral que hemos logrado construir en México que es, sin exagerar, uno de los más eficientes y confiables en el planeta: tenemos una autoridad central y autoridades estatales independientes del gobierno, manejadas por ciudadanos expertos en materia electoral: el INE y los OPLEs. Estas instituciones cuentan con presupuesto propio y reglas comunes, lo cual garantiza que en todos los rincones del país se instalen casillas con los mismos estándares de calidad y confianza.
Además, los funcionarios de casilla son también ciudadanos independientes, quienes reciben y cuentan los votos. Para emitir sufragios, hay una credencial específica con grandes medidas de seguridad, gracias a lo cual contamos con una lista de electores sumamente confiable. Tenemos un sistema de resultados preliminares de primer nivel, que da una proyección muy precisa, además de un sistema de conteo de votos en el que hay boletas físicas y actas, firmadas por los representantes de todos los partidos, que otorgan una enorme certidumbre para el proceso. Finalmente, tenemos un tribunal específico para temas electorales.
Entre las cosas que funcionan bien en México está precisamente nuestro sistema electoral, el mismo que por décadas ha garantizado la transición pacífica del poder entre distintos partidos, incluyendo al actual gobierno del presidente López Obrador.
POR GUILLERMO LERDO DE TEJADA
DIPUTADO CIUDADANO EN EL CONGRESO DE LA CIUDAD DE MÉXICO
@GUILLERMOLERDO