No, los que creemos que la posición del gobierno ante el triunfo de Biden es para unas buenas dosis de Rivotril no creemos que la relación bilateral esté destruida. No somos tan simples, compañeras, compañeros. Sabemos, claro, que los lazos entre ambos países son muy, muy difíciles de romper, igual que sabemos que Biden, un político profesional y mesurado, no dinamitará los puentes por una ofensa como la que en efecto le dejó ir nuestro titular del Ejecutivo. No: seguiremos juntos con pegados.
Despejada esta aparente confusión, es claro que el episodio da motivos para apostarle a los químicos. Motivos graves.
El primero es que se confirma una sospecha: hay una afinidad real, una comunión personal, de ideas y de modos, entre nuestro presidente y el gringo. De nuevo, no nos pongamos simplones, compañeras, compañeros. Nadie cree que AMLO debió plantársele a Trump, como por otro lado prometió hacer, en plan “El macho alfa soy yo”. Lo procedente, lo propio de un político, es apostar a la conciliación de posturas e incluso a la cordialidad. Pero aquí hablamos de algo distinto. Hablamos de una comunión real, traducida en esa lealtad tontísima de los días pasados, que nace de compartir vicios graves, como el nacionalismo, la hostilidad contra los medios y el complotismo, y sobre todo de consecuentar vicios inadmisibles, como la xenofobia y el racismo.
Otro motivo de ansiedad: el lugar del mundo en que nos morimos de ganas de estar, un lugar que también le gusta a Trump. En efecto, al no reconocer el triunfo de Biden y sobre todo –lo reveló una nota de El Universal– al negarse a tener una conversación telefónica con él, nuestro presidente nos alejó dela Unión Europea, Canadá o Japón, y nos alineó con un puñado de satrapías. Nada nuevo: recordemos el espaldarazo a Evo Morales. Pero el recordatorio cala.
Hay todavía tres aspectos más de las afinidades presidenciales con Trump que deberían ponernos de los nervios. La primera es la apelación permanente a un fraude que no existe, es decir, el rechazo a los principios democráticos. La segunda es el manejo de la pandemia: ese negacionismo, esa indiferencia ante las muertes. La tercera: la manía de apostarle a los combustibles fósiles.
Al votar por Biden, los gringos votaron por apostarle a las energías limpias y al medio ambiente; recordemos que, nada más confirmada su victoria, anunció la vuelta al Acuerdo de París. Días después, supimos que para 2025, o sea ya, las renovables serán la fuente de electricidad número uno en el planeta. ¿Y aquí, en qué andábamos mientras tanto? Inundando poblaciones bajo el mandato patriótico del licenciado Bartlett, el del carbón y el combustóleo.
Así que, repito, se justifica el Rivotril. Y es que: “Pobre México. Tan cerca de Trump y tan lejos de los Estados Unidos”.
POR JULIO PATÁN
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