Con harta frecuencia, los mexicanos cometemos con Estados Unidos exactamente el mismo error del que lo acusamos: proyectar las propias instituciones y formulaciones políticas en el otro.
El error es histórico. Por un lado, como un país presidencialista se privilegió por muchos años una relación con la Casa Blanca, con vinculaciones apenas algo más que simbólicas con el Congreso.
Esa situación se reflejó, por ejemplo, en la renuencia a contratar cabilderos. Podría considerarse como una cuestión de moral política, o de conveniencia económica dado el precio que pueden llegar a cobrar esos especialistas en abrir puertas e influenciar resultados.
Sería ejemplar si no fuese porque es una verdadera industria en Washington y a su nivel en las capitales estatales.
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Pero eso es lo de menos. La política exterior del gobierno mexicano está ahora en manos del presidente Andrés Manuel López Obrador, y él presta oídos a quien cree que le da mejor consejo. Su derecho.
Pero ¿deveras es el mejor consejo? La decisión de no felicitar al demócrata Joe Biden por su aparente victoria en las elecciones del 3 de noviembre tendría enorme sentido si se tratara casi de cualesquier otra nación.
Pero en EU el primer cálculo electoral lo hacen los medios y son ellos quienes proclaman al vencedor, que normalmente es confirmado porque los cálculos se hacen con base en información oficial. Y sólo esta vez han sido cuestionados.
Está bien que Donald Trump lo haga. Es su derecho y los comicios fueron suficientemente reñidos como para que demande algún recuento.
Pero la enormidad de las demandas que plantea, en varios estados a la vez, en busca de un quimérico fraude, lo ponen en un problema serio. Tanto que arriesga su futuro en más de un sentido, porque nadie, ni sus allegados, creen que tendrá éxito. En ese marco la situación del gobierno mexicano es complicada.
Cierto. México tiene una relativa inmunidad interconstruida por la vecindad geográfica y la integración social y económica, pero eso lo hace también vulnerable a presiones de varias índoles. Comerciales por ejemplo...
Y ciertamente el señor Trump, que no es ninguna persona amable y sí vengativo, puede quedar por el futuro previsible como el verdadero líder del Partido Republicano y por tanto como una fuerza a considerar. En último caso le quedan 70 días para crear problemas, y nada para disuadirlo. Los demócratas, por su parte, tienden a ser más sensibles a los argumentos políticos. Son mucho más diversos y por tanto más tolerantes. Pueden aceptar la demora, con un poco de renuencia y quizá con algún manotazo. Pero sin ir mucho más allá, aunque algo cobrarán.
Lo que sí es claro es que el gobierno mexicano tendrá que reforzar mucho su presencia en EU. Para bien o para mal, no son pocos los especialistas y medios que con varas de medir similares a las que usa el gobierno López Obrador para calificar a medios y columnistas (conmigo o contra mí) no lo consideran neutral en la actual situación.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
@CARRENOJOSE1