Todos teníamos ganas de juntarnos y celebrar el fin de esos meses de confinamiento domiciliario. Por eso, cuando estuvo permitido, lo primero que sucedió fue reunirnos con un reducido grupo de interesantísimos personajes en un legendario restaurante de la Ciudad Condal.
Entre ellos había un músico de origen austriaco cuyo interés por las leyes de la física y el universo lo llevó incluso a inscribirse a un programa para hacer un viaje al espacio.
Me dejó muy intrigada su interés en dicho viaje. La única posibilidad que me ha acercado a tener una experiencia de vida en el espacio ha sido a través de películas como “Interstellar” o “Ad Astra”, que aunque puedan desobedecer las leyes de la física y estar llenas de imprecisiones realistas en sus guiones, te aproximan a esa posibilidad y a cuestionarte seriamente las implicaciones de un ensayo como ese.
Me pongo en un escenario así y lo primero que pienso es que yo dejaría de sufrir por nimiedades terrestres estando rodeada de tanta grandeza en el universo. Y que sería como morir un poco. Despedirte de toda una forma de vida terrenal, dejar a las personas que más quieres, teniendo la esperanza de que los volverás a ver, pero sabiendo en realidad que quizá eso nunca suceda. Te llevas una parte de ellos. Les dejas una parte de ti. Te vas y entonces queda un vacío. Un vacío rarísimo y muy difícil de explicar porque ya no estás aquí, pero sigues estando vivo en otra dimensión y en un tiempo que corre muy distinto al de la tierra y los tuyos. Suena a morir sin estar muerto.
Sucede un poco lo mismo cuando dejas un colegio, un trabajo, o un país y empiezas de nuevo en otro. Te queda esa extraña sensación de que te están arrancando algo desde lo muy profundo y duele; duele mucho porque vas a extrañar a esas personas que eran parte de tu vida; pero lo más fuerte: te vas a extrañar a ti mismo en ese lugar con esas personas, porque sabes que no volverás a ser igual al de ese entonces. Es como que te han arrebatado algo precioso y quieres guardar la esperanza de que algún día lo recuperarás, pero en el fondo sabes que no será así y que habrá personas, que aún vivas, no las volverás a ver y seguirán existiendo esos sitios en los que no estarás nunca más.
La pandemia ha hecho que miles de personas no puedan despedirse de seres queridos que han perdido la batalla contra la enfermedad y eso dificulta el duelo y la resignación.
Las despedidas son siempre una manera de recordarnos amablemente que ese momento puede ser el último, que todas las cosas tienen un final y que, por lo general, estamos acostumbrados a medir el tiempo como si fuera infinito.
Todas las despedidas son una agridulce combinación entre pérdidas y nuevas oportunidades. Por eso importa mucho saber decir adiós.
POR ATALA SARMIENTO
COLUMNAS.ESCENA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@ATASARMI