A dos días de las elecciones en Estados Unidos, se percibe una oscura tensión en ese país. Francamente nadie sabe qué puede suceder a partir del cierre de las casillas de votación y se inicia el recuento de votos. Las razones que despiertan la tensión son varias.
En primer lugar están las amenazas de Trump de no reconocer el resultado de las elecciones si él no es reelecto y declarado ganador. Es decir, cualquier resultado adverso será considerado por el candidato Trump como producto de un fraude electoral del sistema. En México estamos acostumbrados a este tipo de desplantes de candidatos perdedores —con AMLO se convirtió en la marca de la casa—. Pero en Estados Unidos nunca había sucedido.
La amenaza puede convertirse en realidad por razones estructurales de los sistemas de recuento de votos que existen en ese país. En primer lugar, las reglas de emisión de votos varían en cada estado y, a veces, dentro de un mismo estado pueden variar por municipio o condado. En algunos estados se puede votar por correo hasta unos días antes del día 3 de noviembre. En otros se puede combinar voto por correo con voto presencial anticipado. En otros no hay voto por correo, sino solamente voto presencial anticipado. Y en otros existe solamente el voto el día de la elección en urnas.
Después está el problema del recuento de votos enviados por correo. En algunos estados ya están contando esos votos conforme llegan a su destino. En otros apenas se contarán el día de la elección general. Y en otros incluso se contarán después de recibir todos los votos presenciales.
Todos estos procedimientos diferenciados de conteo de votos nunca había impedido saber quién era el ganador de la elección. Pero, debido a la pandemia de COVID-19, nunca habían votado tantas personas anticipadamente, ya sea por correo o de manera presencial. Seguramente para cuando amanezca el día martes 3 de noviembre ya habrán votado anticipadamente más de 100 millones de electores estadounidenses. En 2016, cuando ganó Trump, votaron en total unos 130 millones de personas.
Un ejemplo insólito es el estado de Texas. Para el sábado anterior al día de la elección habían votado más de 9 millones de electores, casi un millón más del total de votantes en ese estado en la elección de 2016. La pandemia ha incentivado a que los electores salgan a votar anticipadamente para no estar en filas interminables el mismo día de la elección. Y los partidos, especialmente los demócratas, han hecho una campaña convocando a sus electores a votar anticipadamente, para evitar conglomeraciones peligrosas por COVID-19 y para asegurar sus votos.
Los republicanos, y en especial Trump, han cuestionado el sistema de votación por correo, alegando, sin dar pruebas, de que facilita el fraude. Y eso, dice Trump, es la única manera por la cual él pudiera perder la elección. Es decir, su estrategia de miedo es amenazar con no dejar la Presidencia si pierde porque, asegura, habrá sido debido a un fraude electoral.
El problema con los sistemas de recuento es que pudieran pasar tres o cuatro días antes de conocer fehacientemente todos los resultados de votos presenciales sumados a los votos por correo y anticipados.
En esos días después de las elecciones Trump está pensando seguir haciendo campaña para mantener a su base activada para poder pasar a movilizaciones de protesta post electorales. Incluso, en los últimos días de su campaña ha realizado peligrosos eventos masivos sin cubrebocas con seguidores para justificar la narrativa de que él tiene más apoyo que Biden, quien ha estado haciendo eventos más discretos por recomendación de las autoridades sanitarias ante la propagación y rebrote de la pandemia de Coronavirus en todo ese país.
Esas imágenes las piensa usar Trump luego de tener los resultados electorales para justificar un llamado a la resistencia contra un gobierno demócrata que él tildará de espurio e ilegítimo. De hecho, las autoridades de varios estados y ciudades están preparándose para escenas violentas de protesta de los grupos blancos neofascistas que Trump ha nutrido y apoyado a través de su gestión presidencial. Las palabras presidenciales cuentan, y Trump ha dado aliento a grupos violentos que ahora podrán ser sus grupos de choque. Un caso notable es Washington D.C.
Es decir, se cierna sobre la cabeza del país vecino una crisis política y constitucional producto de los cuestionamientos que ya está haciendo y seguirá impulsando Trump en contra del orden legal y electoral de ese país. Lo que antes era normal y funcionaba perfectamente bien hoy está en duda y está siendo todo cuestionado.
Trump está decidido a seguir el camino de tantos líderes populistas del mundo que prefieren ver a sus países destruidos en vez de asumir la “vergüenza personal” de una derrota electoral. Prefieren destruir instituciones nacionales y valores compartidos que ver funcionar los procesos de toma de decisiones entre diversas opiniones naturales a una comunidad moderna.
Tantas veces hemos escuchado ese estribillo destructor de los populistas: ¡al diablo con las instituciones! Es un llamado a la confrontación y destrucción.
POR RICARDO PASCOE PIERCE
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